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Hilda Yaneth Sotelo
ahora voy de regreso al mismo lugar, a la misma cama, el
motel que abriga la última oportunidad que le doy al cansado
amor.
Alán tenía varios meses rondando, escribía poemas
dedicados a mí. Esta mente mecánica no sabía cómo
procesar los detalles que hasta veía cursi, en el fondo las
letras del poeta popular me alimentaban, recordaban las
burbujas del vientre, las burbujas mariposas de la
adolescencia, pero la mente, mi mente, el miedo se burlaban
de semejante atrevimiento, vaya romántico. No estaba
acostumbrada al amor en tono, en canto. Aquí en la frontera
se hace el amor en la cama, no hay de otra forma, eso de las
serenatas, los poemas es para la gente del centro de México,
aquí trabajamos arduo,duro por la condiciones del clima
extremoso y agreste, necesitamos estar sobre la hebra del
dinero para pagar las cuentas de los servicios, especialmente
el del gas que durante el invierno casi se lleva la mitad del
sueldo de un mes. Los detalles románticos no tienen cabida
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en circunstancias de guerra que hemos vivido en la Ciudad
de los abortos, las muertas, los asesinados. El amor circulaba
en el aire, como en todas partes donde hay humanos. El amor
para mí estaba ajetreado, aniquilado entre las penas malditas
que causan los violadores, depredadores sexuales.
Le di una última oportunidad al cansado amor. Alán
trabajaba dos pisos abajo, custodiaba el material de la fábrica
donde nos conocimos. Él dice que la primera vez que me vio
llevaba un traje verde ejecutivo, mis uñas decoradas
perfectas, y la sonrisa de siempre. Mi cabello corto, las
supernalgas que me adornan fueron las encargadas de atraer
su corazón. Ajena de mí, ajena de los tesoros que alberga mi
cuerpo pasaba los días haciendo el bien, rezaba a diario,
despertaba mis cansados ojos a temprana hora, asistía a misa
religiosamente los domingos. Vivía con mi madre, siempre
he vivido con ella. Tal vez el agradecimiento de haberme
protegido de mi propio padre ha dejado una huella
imborrable de amor infinito hacia esa mujer que sufrió tanto
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