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Hilda Yaneth Sotelo
varias horas, muchas horas de inocencia, credulidad, magia,
la infancia.
De pronto me ubiqué en la realidad de la violencia desatada
en la frontera de Estados Unidos y México, Alán mi
enamorado, en una fábrica, mi madre, mis hermanos, y las
responsabilidades que adquirí a muy temprana edad no
dejaban tiempo para recuerdos, ilusiones, o diversiones que
otros se daban el lujo de tener.
Marisol amablemente llamaba a La Negrita, la presentó a la
par de unos cinco frijoles encerrados en una cajita. Esa
noche, Celina la enfermera y yo veíamos con asombro cómo
Marisol hablaba con cada ser encerrado en los pequeños
frijolitos. Marisol visitaba lugares que luego traía en el
mismo instante. Había que estar preparado para comprender
los tratos de otra forma. Si no estabas atento, la magia se
fugaba y ni te percatabas de que en ese instante estábamos en
mundos paralelos. Casi siempre hablar con Marisol era estar
atento, trucha, de lo contrario podrías terminar acusándola de
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bruja hechicera, y eso no lo iba permitir porque yo soy muy
tierna, crédula y comprensiva, eso sí, abrí mis ojos bien
amplios, los oídos listos, y cada sentido preparado para ver
hacia donde nos dirigíamos en esta ocasión.
Lucita y La Negrita eran amigas desde Huatulco, Romancita
apenas llegaba al juego, liderado por los frijoles saltarines.
Por ejemplo, Lucita en un santiamén le sugirió a los
saltarines en línea y estos obedecieron. Después Celina brotó
del inmenso amor otras órdenes, Marisol les dijo que
dibujaran el símbolo del amor, los frijoles saltarines
formaron una pareja y abajo tres pequeños frijolitos ansiaban
la mirada de sus padres. Habían formado una familia, tal
cual. Así lo dijo Celina. Una familia típica humana, mamá
papá hijitos, el símbolo, una condición que no se me ha
dado, ni siento se me dará.
A mis cuarenta y cinco años, sólo aspiro a seguir productiva
en mi trabajo, conservar mi salud, mi cuidado personal,
conservar a mi madre, mi casa, y por qué no a mis amigos,
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