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MujeresCosmicasPDF

En este libro orgánico cuento la historia desgarrada, o sea, con estilo tipo diarreico, la historia de varias dizque amigas que conocí en mis frescos veintes. Mi precepción sobre sus perfecciones me hace crear un personaje que lo juzga todo, se llama Lucy, es una serpiente bien linda que no tiene reparo en emplear todo, el poder femenino a su alcance.

En este libro orgánico cuento la historia desgarrada, o sea, con estilo tipo diarreico, la historia de varias dizque amigas que conocí en mis frescos veintes. Mi precepción sobre sus perfecciones me hace crear un personaje que lo juzga todo, se llama Lucy, es una serpiente bien linda que no tiene reparo en emplear todo, el poder femenino a su alcance.

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Hilda Yaneth Sotelo<br />

su atención del bien que terminó en una ataúd rodeada de<br />

borrachos que festejaban su muerte. Su funeral concluyó<br />

repleto de botellas de Caguamas, botes de cervezas, Tecate<br />

y toda clase de brebajes embriagantes. Mi tía Bala y mi<br />

hermano El Cuervo, “el nini” porque ni estudia ni trabaja,<br />

fueron los encargados del festín de despedida. Me presenté<br />

al cortejo fúnebre por mera fórmula, además la despedida de<br />

la Yaya realmente movió el llanto de la negra bajeza de su<br />

vida. Lloré rumbo a al crucero que tenía previsto con mi<br />

ángel esposo. Lloré y lloré, no sabía si el llanto era por la<br />

muerte de mi Yaya o el reciente asesinato de mi padrino, el<br />

dueño de El Bar de Las Estrellas, bar amenizado por<br />

travestis trasnochados, tristes carcajadas emanadas de los<br />

pactos de mi padrino con el infra mundo. Pactos sellados en<br />

Ciudad Juárez, mi amada Ciudad. Pactos diabólicos en<br />

rituales llevados por el tiempo y el Horangután Marinero.<br />

Pataleaba la injusticia y a cada recuerdo mi esposo<br />

consolaba. El gran barco Royal Caribbean partía sin prisa, el<br />

Mujeres cósmicas<br />

viento confundido por el golpeteo de las veletas, de cuando<br />

en cuando devolvía el suspiro. Pasadas las horas le entregué<br />

las lágrimas a la mar, las mismas lágrimas que regresarían<br />

por otro puerto, por otra bahía. Bahía que transmutó los<br />

cristales en manifestaciones reales de La Negrita, la adorada<br />

nieta de La Yaya. Las lágrimas se convirtieron en una lluvia<br />

torrencial que materializó mi niñez acompañada por mi<br />

abuela. Me ubiqué a ocho horas de la bahía para distraer la<br />

memoria y, ni todos mis intentos de alejar la tristeza que<br />

manó durante el crucero, retiraron el enfrentamiento al<br />

recuerdo traído por el cielo, las nubes y las lluvias. Recordé<br />

que en cuanto mi madre se distraía, las hermosas manitas de<br />

La Negrita cogían los escondidos marcadores y hasta en la<br />

cara de mis amigas quedaba plasmado el reciente<br />

conocimiento adquirido. Las rayas que me enseñó mi Yaya a<br />

trazar actuaron despiadadas, feroces en mi retorcida mente,<br />

horrenda y meticulosa.<br />

Vi que los rayones un día se materializaron en mi propio<br />

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