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Hilda Yaneth Sotelo
decálogo de comportamiento, desde entonces soy estricta,
desde antes, desde hace mucho mi rigidez reduce la visión
que hoy mismo he decidido abrir sin reservas, llegando hasta
los motivos más profundos, que me animan, mueven y
conmueven. Siento que el tiempo ha llegado, ni un minuto
más se fugará en la nada, en seguir ajena a esto que llevo
dentro, esto que sólo yo sabía y ahora cuento.
Recuerdo perfectamente el embarazo que tanto le entregué a
Santa Margarita. Los temblores al pensar fatalidades se
manifestaban sobresaltado la sobrecogida escena. Esa del
famoso cuadro que ahora veo incomprensible y lejano.
Llevaba el vestido verde de esperanza, mi esposo tomó la
mano izquierda racionalizando la conexión, desde entonces
mi mente es meticulosa, calculadora al vivir. Fue por la tarde
cuando el famoso pintor llegó puntual a la cita. Nos plasmó
mientras a lo lejos el olor a orines trataba de colarse por la
escena, no sé si logras percibirlo después de años, no lo sé
pero el queso, ese queso que quiero devorar acarreó el paseo
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de las imágenes. Apesta a orines en este momento, alguien
me orinó la espalda, algún mequetrefe que no logro ver y se
aparece dentro de la esfera negra que Kali hará añicos; oh
no, ya lo veo, es mi primo, era mi esposo, ellos amantes,
homosexuales enclocetados, nadie debe saberlo, uf, ya lo
digo, lo escribo.
Y pensar que mi buena amiga Arline es pintora que organiza
torneos de fútbol cósmico.
-Lucy, ¿qué ha pasado entre tú y Arline.
-Ha pasado tiempo, sólo eso, tiempo.
-¿Todavía juegan rudo?
-Ve a tu vida Giovana, enseñanos a mordernos los labios
para no hablar tanto.
Sigue el fétido olor a orines. Veo el cuadro después de
percibir el tren en su ruido, lo veo clarito, no veo la plasma
del pintor, mucha gente a mi servicio, veo el rostro del
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