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Hilda Yaneth Sotelo
colores, los olores, la circunferencia perfecta en su trazo. Me
deleita, me fascina el óvalo rodeando la escritura orgánica,
única, ¿qué es la escritura orgánica? Es descubrir el misterio
del código genético, es indagar y treparse al verdadero árbol
de la ciencia, hartar la manzana y ver las herencias malditas
en tus anscestros; hablar y escribir de las violaciones
sexuales, la apuesta de mujeres, los asesinatos, la
aberraciones, los negocios turbios, el racismo en tu familia,
perdonar, sacar del corral a las bestias y encaminarlas a los
hoyos negros para que sean trituradas en un satiamén.
Después nada es igual, algunas traerá la mórbida realidad
escondida, la viven la poetizan. Otras voltearán los ojos
ofendidas, muy altaneras, pero igual de hermosas, amadas
por todos los Dioses.
A Giovanna no le es mostrado el ejemplo de posibilidad.
Ella ocupada en su mundo de miedos ignora que una
realidad paralela le fue descubierta, escrita sin posible
lectura.
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Mujeres cósmicas
Giovana lejos del embarazo, distante de la pose, ha sostenido
las convicciones lejos del chayote, no se corrompe, aborrece
lo antiestético, ama la ética, el buen hablar, la cordura. Su
voz convincente de lo que emana inspira al bien, aniquila las
tentaciones, se entrega en guaraches indígenas y ropas de
Frida Kahlo. Ama México, odia a los poderosos que apocan
la ternura y las aspiraciones de su gente.
El queso estaba muy fresco. Quise levantarme a probarlo
pero algo lo impedía. No sé, el olor, la consistencia retractó a
las manos para posarse en aquella suculenta mirada que
gritaba ser comida. Acerqué un poco la nariz, olfateaba
como hace mucho no lo hacía. Mi olfato meneó las
consistencias y constelaciones familiares dentro, mi vista
nubló por un momento los objetos, ensordecí para no
palmear la verdad del impulso de llevarme el queso a la
cama. De la que ama el queso. La cama donde reposo a
veces del ajetreado, el tripular pensar que agobia
constantemente. La dorada cama. Presa de la confusión
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