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Hilda Yaneth Sotelo
el antecedente del tejido. Ella entraría a placer en el tiempo
que transcurría en autobuses, trenes, autos clásicos, gigantes
camiones que le mostrarían el estado de su relación con Joel
en la realidad paralela que se niega a bajar de la cuarta
dimensión debido a temores, miedos, patrañas humanas.
Matrimonios complicados, sin amor.
Desde sus inicios el familiar rostro abrazando un rojo
instrumento de cuerdas, vio a Fátima desde lejos, la vio
moviendo su rubio su delgada cintura. Estaban los dos en la
misma calle, paralelos en el tiempo las dos líneas se volvían
a juntar en un evento artístico, una y otra vez. Esta vez
Kamel trazaba su propia línea, se había ido. Ya ni los perros
querrán sufrir en el 2014.
Fátima ya no era la doncella con largo vestido y perrito
faldero. Era una mujer a punto del doloroso divorcio, una
mujer valiente con dos críos a quien mantener. La madre de
Fátima, desde antaño, creadora de historias de amor sin
cumplir, transmitióa Fátima la romántica y oscura idea de
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Mujeres cósmicas
enamorarse de lo prohibido. Soñó a su hija en una gran
casona que necesitaba un tren para trasladarse, la soñó con el
famoso guitarrista del maná que cae del cielo. Vivían en
Florencia, tenían dos hijos llamados Sam y Margot. El sueño
reiniciaba el diálogo y el hallazgo, repetitivo. El sueño, el
inicio del final del círculo. La madre de Fátima, sensible
mujer que vive desde el dormir, enseña a Fátima en el arte de
la costura, el tejido desde adentro pasea las palabras entre
tren, casona, Sam, Margot, cabello largo, guitarras. Palabras
mágicamente realizables en postrer momento. Liberaciones
de corazones que merecen reunirse, almas gemelas cuyo
tiempo de alegrías ha llegado.
Las palabras coinciden. No hay duda, de la urgencia de Joel
por reconocer a Fátima. Las habilidades de Fátima por
rescatar el alma dolorida de Joel se apresuran; logra
destrabar un presente agobiante, un presente corto con un
futuro sabio.
Los dos hijos del tren de Fátima y Joel son inseparables
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