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Hilda Yaneth Sotelo
cancha tenía tres compartimentos, uno emulaba a la cocina, a
la izquierda un pequeño espacio era dedicado al piano
blanco, las pinturas, las plantas. Y el corredor nos sorprendió
volando en voces que callaban y fueron dotadas de la
capacidad de ver en el sentir. Entramos por la puerta de
madera adornada de cuerpos esbeltos dorados. El menú de la
noche nos mostró el retorno a Florencia Italia. El aroma del
Ser y de la flor. Lasaña, ensalada, pay de queso, fresas y
vino suave. Fátima repetía los detalles de su más reciente
amor, su gran amor. Sus ojos cambiaron de color al
descubrir los Milagros a punto de manifestarse. Le
permitimos expresarse, era nuestra deuda porque siglos atrás
la ignorábamos. Ella representaba la compilación de una
doncella de la Edad Media. Una doncella del alma noble.
Esa noche fue la anfitriona que callaba al perro con tan sólo
tocar la ventana, como en el tiempo donde solía esconder a
su mascota, un Papillon faldero, que iba a todas partes
callando los andares de la doncella, se ubicaba debajo del
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vestido azul, un vestido que transcendió el tiempo y el color.
El perrito también paseó en el tren del tiempo. Murió de
viejo, reclamaba su presencia, en vano le lloraba suplicando
su regreso. El cuerpecito de Kamel fallecía, dentro de sí
suspiró seguro de seguir a Fátima hasta acá, hoy. La doncella
extrañaba las pisadas, el olor, el calor del perrito.
Unos días antes del Sabbath. Lucy caminaba con Arline en
un parque, dando recorridos con pasos e imágenes recientes.
De pronto un hermoso, peludo y café perrito saltó al pecho
de la hilvanadora. Arline supo en el instante que ese perro
llevaba siglos esperando sumergirse en la espiral hacia
Fátima. La hilvanadora lo rechazó, Arline le advirtió la
eterna espera, se compadeció, permitió que Kamel penetrara
en su aura, la noche del reencuentro fascinado se sienta en la
mesa una conversación idéntica a siglos atrás. Cabizbajo,
emocionado, presenció el presente.
-Qué pena, se dijo.
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