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Hilda Yaneth Sotelo
demonios. Carga las palabras a Persé, le enseña el camino
hacia la casa de la hilvanadora y Marisol.
La hiladora está preparada, ha tejido un buen enlace, los
coloridos hilos saltan en la yema de sus deseos, se asusta al
encuentro, lo ve innecesario, tenebroso, en la palabra lo
trasciende. Gastón lee, acaricia el tejido, lo inserta en el
subconsciente alguacil de realidad interna digna de
explorarse. Los cocodrilos sólo devoraban lo enfermo. Los
demonio se deshacen y no tienen la capacidad de trasmutar.
Los tótem son nuestro único recuerdo de la naturaleza.
Contribuyen en su creación a aliviar los dolores humanos,
voluntariamente entregan sus dones al servicio del hombre,
los prehispánicos lo sabían, el hombre de ciencia lo ignora,
lo minimiza dice que es superstición, pierde gran parte de su
conexión con el todo, el cocodrilo solía ser poderoso, vuelve.
Gastón reposa sentando en la banca. Observa.7
-Lucy, este juego entretiene. Fundaré junto con Salvador el
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Club de los pesimistas. Los que ven el mal primero, lo
critican y luego perfeccionan. Sólo así emergeremos como
raza dorada.
-Intégrate Gastón, a estas bajuras del partido no podemos
permanecer indiferentes. El ambiente en nuestra ciudad está
enrarecido, no lo reconocemos pero debemos aceptarlo sin
resignación y actuar.
Los cocodrilos y las pesadillas se marcharon al amancer
anunciando la visita de dos varones, dos amores atrapados en
el pacto de Persé en aquel bosque de la bruja mala, y el laúd
encantado. Llegaron al apartamento frente al Servicio
Secreto que ignora los sueños de todos ellos, y les permite
reunirse frecuentemente en tertulias propias de humanos que
expectantes añoran el 2025, el día del cambio en la tierra.
Durante la ilegible pesadilla Gastón se había topado con
Arturo, tendrían unos catorce años cuando se conocieron en
aquel barrio, ellos jugaban al sarcasmo, lo hicieron suyo, tan
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