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Hilda Yaneth Sotelo
Mujeres cósmicas
-¿Qué ves Marisol?
-Veo unos cocodrilos, qué miedo. Ahora dime, ¿tú qué ves?
Con eso de que no tienes identidad podrás inventar cualquier
tontería.
-Veo dos hermosos delfines. Más tarde tú también sabrás de
ellos,
vendrán a tus sueños y cambiarán tu vida.
-¿ De qué hablas? Qué vicio el tuyo de querer transformar el
mundo-.
Los había visto, un enorme y escalofriante cocodrilo,
después, ya no los vería más, al darse la oportunidad de
conocer a La Negrita en Natividad, La Yaya en la zapoteca,
el amor juvenil en Marco Vinicio. Pero como los miedos no
se marchan del todo, cuál fue la gran sorpresa de Marisol
que ante sus manos que gritaban ternura, se manifestaban
dos adultos lagartos, adultos machos, mariposos amarillos,
negros aproximadamente de seis metros de largo, de unos
cuarenta años de vida, en la mitad de su fiera y mera división
selvática, llegaron a Gastón rescatado, Gastón que moría de
la bilis, al ver a Marisol olfateaba la esperanza de una larga
vida, una espléndida estancia lejos de los hospitales. Marisol
se había convertido en sanadora. El Don la realidad paralela
que impregnaría el cansado corazón de Gastón, quien veía en
Marisol esos primeros auxilios, el camino a seguir viviendo
si lo deseaba.
Persé supo del sueño chamánico en Marisol, quiso intervenir
cuando el cocodrilo se había llevado unas tripas dolosas,
vació la úlceras con sabor a dulce para su hocico, la colitis la
atrajo principalmente al saber que la irritación emocional lo
convertiría en humano por uno segundos, así es que la tragó,
tragó la colitis con agrado, al igual que la úlcera péptica. La
cafesosa rojiza úlcera vivió en el olfato, el tibio olfato del
corazón del cocodrilo y Persé acongojada de no poder poseer
a Gastón enfermo. Inocente Gastón quiere salvar a los
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