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Hilda Yaneth Sotelo
Gastón viendo infinidad de mujeres a diario movimientos
acentuados, energías que penetraban su piel, su interior y ahí
se quedaban, congeladas, pasmadas listas a animarse algún
día. No rozaba la mano de ninguna, siendo muy bello,
cuerpo escultural, ojos olivo, piel morena clara, cabello
rizado, estatura mediana, pecho amplio, piernas fuertes, torso
esbelto, trasero de gloria, la mujeres se desvivían para ser
escogidas, Gastón jugaba, las entretenía, pretendía estar
interesado pero toda su vida le pertenecía al pacto olvidado.
-Viviré mi tiempo Lucy, pese a quien le pese. Amo a Karló,
lo amo por sobre todos los credos. Deja de meterte en
nuestro sueños he logrado que Karló me acompñe ya sabe de
la dimension del no tiempo.
-Gastón, no olvides que los universos se transforman más
rápido ahora que en otras épocas. Elige otros roles en una
sola vida, estancado apestarás.
-La-la-la-la. Yo tengo lo que quiero, mis dioses apoyan,
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estoy protegido. Además soy un buen ciudadano de este país
que está hecho mierda.
-Gastón tu vocabulario es tu programa, dices cuerpito,
porque crees ser sólo cuerpo, por alguna extraña razón
anulas la existencia del espíritu. Escudriña tus palabras,
vuelve tu mirada a otros mundos. Tienes varios cuerpos
sutiles, no los olvides.
-Lo sé, lo sé pero por ahora me gusta la ilusión del marica, es
mi vida y qué; déjanos seguir soñando. Vete ahora.
Durante la adolescencia Gastón exploró lo que cualquier
humano joven busca, materializarse en besos fundidos,
música explosiva, orgasmos, gritos, mofas, espejos,
aceptación, líquidos afrodisiacos que prometen conseguir ese
estado alterado de consciencia tan útil en la etapa de la
incomprensión. La educación tradicionalista que enmarcó a
Gastón en su estadía de humano le incitaba a guardar pudor,
buen comportamiento, buenos hábitos, costumbres que
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