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Hilda Yaneth Sotelo
pactada desde siglos. En algún punto Persé emergería de los
abismos terrenales a cobrar la deuda a Gastón, el
compromiso por poseer el laúd mágico de su boscosa
mirada. Arturo, la estrella naranja, estaría presente en
amistad con Gastón enfermando al aceptar el beso de aceite
negro; la culebra que apenas sentaba su cola en el sillón café,
abría su femenil y atractiva boca al momento que Gastón
ingenuamente sentado allí mismo, sucumbía al contacto
mineralizado, reduciendo su composición. Persé, Karló y
Gastón se instalarían a vivir en contra de los tíos machos de
Chihuahua que no aceptarían un gay en su familia. Muy a
pesar de los lamentos de la madre de Karló, muy lejos de su
propia testosterona decidió experimentar lo que el corazón
del estómago palpitaba. Serían homosexuales a voluntad de
las leyendas, los figurines, los placeres, el vivir, a voluntad
del amor. Aceptarían las frases emanadas de los medios de
comunicación, del Ser que se dice libre y al final se atrapa,
serían amigos de juerga, serían iguales afuera, iguales
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adentro, festejarían la noche de brujas religiosamente,
rendirían tributo a su deidad gay asistiendo a las misas
disfrazando con ello a sus Dioses, satisfaciendo a la familia,
al buen decir, llevarían el ítem escondido en el regazo a la
par de los sermones, los credos y los rituales. Fingirían.
Gastón poseía el don de los escalofríos, la adivinatoria, los
sueños lúcidos, esas capacidades que le habían sido
otorgadas por Persé quien lo obligó a firmar a cambio de
darle alma, corazón y vida, una vez puesto él en la tierra.
Gastón lo sabía, pretendía ignorarlo; burlaba semejante trato,
vivía al natural, guiado por sus instintos, deseos,
compromisos diarios. Nació en el seno de una familia
religiosa, católica, tradicionalista, muy unida. La niñez se le
fugó hasta el regreso de Lalo, su adorado sobrino, no
recordaba haber sido niño, hasta que un buen día se vio
conviviendo con el pequeño. Tan olvidada quedó su infancia
que Persé muy animada esperaba el día de su presencia en la
tierra. Persé observaba cada segundo de la existencia de
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