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Hilda Yaneth Sotelo
Mujeres cósmicas
uno a uno los episodios de los corazones destinados a no
verse como antes. Se empeñan a épocas de revueltas, de
8 EL LAÚD DE LA SERPIENTE
La distancia entraba, el sueño de la serpiente erguida
marcaba mi rostro. Llamaba adentro. No pacté. Entrelazado
el beso en la voz, escuché un chillido de pena. La música
oriunda de Cd Juárez estremeció el recuerdo. Varias mujeres
lloraban, lo irónico es que era noche de fiesta y entonaban
Chiquitita y el Noa Noa, no daban crédito al terror, lloraban
y las sentí. Supliqué a la pena irse, escuchó. La distancia
todavía conectada había traído la alegre canción del bello,
engañoso rostro. En el fondo las cuerdas del laúd incesantes
a escribirse insistían narrar la historia. Dos almas habían
quedado suspendidas en las páginas de la bruja del bosque,
Arline.
La piel del juglar desbaratado en la tragedia, fue sorprendida
por la confesión que surgía de las hojas bailando contando
guerra, de sangre, de odio, de miedo, de episodios oscuros,
de manzanas sin árboles, de árboles sin manzanas. Con el
verde bailando en la ironía, la burla, el humor negro, el laúd
aclamaba su origen. Acercó su sentido al tallo del árbol
olfateando la familiaridad, inició la melodía de las vivencias
aquí, vivencias allá. Lucy, en otra vida, el juglar entonaba en
el fondo la melodía entretenida. Las cuerdas rompieron en
dolor al enterarse de la existencia de la maldad. –La maldad
y el Diablo existen-. Anunciaban sorprendidas/os.
Desconociendo las consecuencias de su reciente
descubrimiento, invocaron a la serpiente que emanó del
fondo. Ésta aceptó calmar la perversión de la bruja del
bosque a cambio de heredar la musicalidad de las cuerdas y
la madre madera del laúd. –Quiere madera, la serpiente
quiere madera-. –Maderéatela, sopla cariños, confesiones de
amores enfermizos-. Las cuerdas sin desprenderse de su
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