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Hilda Yaneth Sotelo
le hablaban. Durante el desayuno su esposo impresionado le
señalaba la danza de los delfines, los reales, los que sustrajo
de sus sueños. Era imposible que en altamar eso estuviese
sucediendo.
-Ileana en cuanto decidas ser cósmica podrás ver tus
universos paralelos, después sabrás, la realidad te hablará,
así exactamente cómo ahora le habla a Marisol en este plano
físico.
-Lucy, estoy confundida, ahora amo, pero no sé exactamente
cómo accesar mis realidades paralelas para tomar mejores
desiciones.
-Sigue caminando, tu corazón está a punto de disolverse en
filamentos de colores que van directo a la fuente. Piensa con
el corazón, vuelve a pensar con el corazón.
Marisol comía su avena, los niños chinos se asomaron
alborotados, así permanecieron hasta hoy, esta noche de
estrellas bailarinas del espacio sideral, estrellas de los ojos
Mujeres cósmicas
de mi reina, mi mujer, mi hija, esa pequeña que me salva con
su sonrisa que me conquista con su mirada a su vez las otras
mujeres me son ajenas porque me fastidian. Marisol, Arline,
Sally, Eloísa, y sobre todo Lucy, son alucinadas que no
saben vivir, gozar de la realidad.
Es que no había más que decir, los festejados físicamente
bellos, la hermosa mujer de blanco ajena al orbe que la
miraba con desdeño, envidia retorcida, celo. Esa mujer
atrapada en el orbe acudía a las rivalidades silenciosas, esos
sentimientos la alimentaban. Ni modo, cada bolsita en su
perfecto lugar. Dos amigas mías rezaban por el alma de
aquella desencarnada. Muy bien, yo sigo con lo mío. La
fiesta terminó. Y cada una de ellas soy yo.
Llego a mi casa a las cinco veinte de la mañana, estoy
desvelada, duermo poco y corro a mi yoga, el refugio de mi
ser.
El orb de la rubia Miara, mujer atrapada ensimismada que
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