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—¡Despierta, hombre! Llevo una hora esperando para hacer la reunión del consenso, ya te
dije que era un tema muy importante.
Él no reaccionaba. Desprendía un fuerte olor a alcohol que la intemperie no mitigaba, lucía
barba de varios días, su ropa no parecía muy limpia. Trajo de la cocina un cubo de agua que
le volcó en la cabeza. Despertó en medio de juramentos y lindezas lingüísticas, pero no le sirvió
de nada. Ella lo llevó medio a rastras y lo metió en la bañera, le obligó a enjabonarse bien, luego
a afeitarse, le cortó el pelo, le hizo ponerse ropa limpia y lo llevó a la cocina donde, por fin, empezó
la reunión con los dos únicos habitantes. No estaba mal para ser la primera.
Sentados a la mesa ante sendas tazas de café bien cargado, Bárbara inició el debate con
una definición de «consenso»:
—Es un acuerdo producido por consentimiento entre todos
los miembros de un grupo. ¿Eso lo tienes claro?
—¿Pero qué grupo? —preguntó Juan.
—Pues qué grupo va a ser, el nuestro.
—O sea nosotros, tú y yo.
—No, no solo nosotros, todos los que se vayan agregando
al grupo. Métetelo en la mollera para que se lo podamos explicar
bien cuando vengan. Van a venir. De eso estoy totalmente
convencida.
—¿Pero en qué tenemos que estar de acuerdo?
—En cómo organizamos la casa y la convivencia. En turnos
de limpieza, de compras, de cocina, horarios y un montón
de cosas más que irán surgiendo.
—Uf, mucho trabajo. Yo más bien quisiera no tener ninguna obligación y vivir a mi aire.
—De eso nada, Juan, si quieres vivir aquí, tendrás que hacer lo que yo te diga y punto.
—¡Ah! ¿Entonces el consenso es lo que tú ordenes?
—Pues mira, sí, hasta que te civilices, tendrá que ser así. Luego me lo agradecerás.
—Oye tía, que yo puse la pasta de las obras.
—¡Dinero, dinero, no todo es el dinero! ¿Te enteras? Además, está todo anotado y los gastos
se repartirán entre todos. Tenemos que vivir como personas decentes, con la casa limpia y la
comida en la mesa a su hora. Y si no te conviene, coges la puerta y te largas. Esta noche cocino
yo. Te quiero aquí a las nueve para cenar, limpio y sobrio, y ni se te ocurra desobedecerme,
¿está claro o te lo repito? Ah y las latas de cerveza que tenías en tu cuarto no las busques, las
he requisado para beber cuando yo lo diga. ¡Se ha acabado la reunión!
....continuará
Nº 8—Tercera Era
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