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A Nicolás, con la alegría del recuerdo, se le escapó una de las risas y abrió los ojos: de pie, junto a él,
estaban sus padres. Había conseguido que abandonaran, durante algunos minutos, sus pantallas.
Hacía más de dos años que su padre había llamado a su habitación: quería hablar con él. Abajo, en
el salón, su madre les esperaba:
―Nicolás, esto que vamos a decirte es muy importante. El lunes, el gerente de AC&IB, nos comunicó,
a tu madre y a mí, que dos de los directores iban a ser trasladados y…, ¡tenemos la posibilidad de ascender!
Quizá algunos fines de semana los pasaremos en casa trabajando, pero…
―No debes preocuparte ―interrumpió la madre―, los tres estaremos juntos. ―Su cara mostraba una
gran sonrisa―. ¿Sabes lo que eso significa?
Le dibujaron la magnífica casa con jardín en la que vivirían, el colegio de múltiples instalaciones deportivas
al que iría…
Meneó la cabeza, el recuerdo de aquella grandiosa postal parecía ser la responsable del frío que, día
a día, se apoderaba de su interior.
Se abrazó a la cintura de su padre y percibió, complacido, el suave calor que desprendía. Se sintió
importante. Observó de soslayo las pantallas, ¡no permitiría que le robaran las risas y juegos del verano!
Era la una de la mañana cuando se despertó sediento, fue a la cocina y en segundos vació el vaso de
agua. Estaba saliendo cuando una sonrisa pícara apareció en sus ojos, retrocedió, cogió otro vaso y lo
llenó en el grifo. Se dirigió hacia los ordenadores y les dio de beber por los pequeños agujeros de la parte
posterior. Unos acelerados chisporroteos indicaban el comienzo de la fiesta. Borró las huellas con la
manga del pijama y se metió en la cama.
Esa mañana, tras las conversaciones acaloradas de sus padres y el paro de los ordenadores, el silencio
invadió durante horas la casa. Al día siguiente hubo trasiego de paquetes, bultos y maletas.
En la cara de Nicolás Samper había una gran sonrisa dibujada.
Intrusión
Manuela Vicente Fernández
Llegó a casa a última hora de la tarde, acalorado y hambriento. Tomó una cerveza fría, mientras
buscaba un tutorial en Youtube para hacer lasaña. Entretenido en enfriar las placas de pasta, blasfemó
al darse cuenta de que había dejado quemar la carne en la sartén. Salvó la parte comestible y comió
directamente del recipiente, mientras abría la ventana para despejar el humo. Tras una ojeada a los
plátanos, se decidió por unas nueces y prendió la tele, quedándose dormido en el sofá.
Mientras roncaba, el gato del vecino entró a través de la ventana abierta, derribando con su peso
varios cubiertos. Ajeno a todo, el hombre soñaba con una máquina tragaperras de la que salían monedas
sin parar. El gato olió la carne y metió los morros en la sartén, rascando con la uña hasta rebañar
Nº 8—Tercera Era Página 51