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des, para finalmente asesinarlo con un veneno indetectable, de manera que su muerte pareciera un infarto
de miocardio. Eva logró grabar la confesión de Oliver y reunir las pruebas necesaria para exonerar a
Daniel. Sin embargo, aún quedaba por descubrir quién era el asesino.
Inesperadamente había ocurrido que Emily se enamoró de Daniel, abandonando y dejando de ser la
amante de Oliver y, por supuesto, le dijo que nunca mataría a su marido. El americano se trastornó le
gritó, amenazándola con que lo pagaría caro. De hecho, debido a su carácter impulsivo y su tendencia a
perder los estribos con facilidad, le reveló a Daniel que Emily era su amante y que a él no lo quería. Se
había casado solo para apoderarse de su fortuna. Estaba convencido de que, después de revelar esta traición,
Daniel pediría el divorcio y dejaría a Emily sin recursos, pero evidentemente, no fue así...
Eva, que había investigado minuciosamente el asunto, había encontrado pistas que la llevaron donde
nunca habría querido llegar. Descubrió la verdad y detuvo a Daniel por el asesinato de su mujer. Sin embargo,
a pesar de la victoria el precio fue alto, la verdad siempre tiene un coste. Su amigo la había decepcionado.
Pantallas
María Consuelo Orias
Desde el umbral de la puerta Nicolás Samper escuchó el sonido de las teclas. Notó cómo su corazón
se aceleraba y un escalofrío recorrió su larguirucho y desgarbado cuerpo. La ausencia de las voces de sus
padres le dio miedo.
Cuanto entró en casa, notó el olor especial del silencio. Los vio sentados en la larga mesa del comedor
mirando, absortos, las pantallas de sus ordenadores. Era la escena habitual a la vuelta del colegio y
le pareció estar contemplando un cuadro. Recordó los domingos que su padre le llevaba al museo, y sonrió
tristemente.
Aquel era el último día de clase y de vuelta a casa en la cabeza de Nicolás Samper la palabra vacaciones,
vacaciones, vacaciones…, no cesaba de martillearle. Iba pegada a la herida invisible que la ausencia
de tiempos familiares había provocado. Faltaban unos diez metros para llegar al edificio en el que vivía
cuando se paró; las puntas desgastadas de sus zapatillas buscaron hambrientas el roce de piedras,
botes, papeles… Dejó pasar unos minutos antes de entrar, y al hacerlo encontró el cuadro cotidiano del
salón: sus padres acariciando las teclas. Le pareció estar viendo, un día más, a los protagonistas del Día
de la Marmota. Se dirigía hacia su habitación cuando cambió el
rumbo. Entró de nuevo en el salón y la mancha que tenía sobre
la ceja parecía una fresa a punto de estallar. Se sentó en el sofá y
encendió la televisión; el salvaje volumen llenó la estancia buscando
salida por las rendijas de ventanas y puertas.
―¡Nicolás! ¡Estás loco!
Nicolás Samper quiso que, en ese
momento, se produjera el tan
repetido apagón digital.
Nº 8—Tercera Era Página 49