NWAGS-julio_agosto2023
Son posibles las ciudades felices, con espacios verdes, proyectos innovadores, sostenibles y una experiencia turística corresponsable. Se deben construir urbes Inteligentes y rediseñar las ciudades a favor del bienestar. ¿Sabes si tu perro te quiere de verdad? La ciencia responde a esta interrogante humana. #Ciudadesinteligentes #Aguascalientes #perros
Son posibles las ciudades felices, con espacios verdes, proyectos innovadores, sostenibles y una experiencia turística corresponsable. Se deben construir urbes Inteligentes y rediseñar las ciudades a favor del bienestar.
¿Sabes si tu perro te quiere de verdad? La ciencia responde a esta interrogante humana.
#Ciudadesinteligentes #Aguascalientes #perros
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Horizontes
marrón y tenía las patas muy cortas.
En muy poco tiempo, Flip se convirtió
en un miembro indispensable de
la familia y terminó por conquistar
a todos los amigos y parientes de los
Csányi. ¿A qué se debía que aquel
“macho peludo, bajito y a todas luces
criollo” fuera tan cautivador?
Flip era prueba viviente de que el
concepto de que los perros carecían
de inteligencia resultaba completamente
falso, ya que su capacidad para
introducirse en la vida de los humanos
no era menos que una hazaña
evolutiva prodigiosa. “Los perros poseen
la inteligencia suficiente para
sobrevivir en una familia humana”,
sentenció Miklósi. “Logro que, de por
sí, es bastante complejo y que los lobos
son incapaces de reproducir. De
hecho, [a los lobos] les resulta muy
difícil establecer relaciones sociales
con otras especies”.
Csányi y Miklósi decidieron estudiar
el proceso mediante el cual
humanos y perros forjan poderosos
vínculos emocionales. En su calidad
de etólogos, conocían de sobra la literatura
científica existente sobre el
“apego”, proceso por el que progenitores
y crías de las distintas especies —
incluida la nuestra— llegan a formar
vínculos emocionales perdurables.
En opinión del dúo de científicos,
humanos y perros forjaban vínculos a
través de un proceso que imitaba el de
los progenitores humanos y sus hijos.
La teoría de Csányi y Miklósi se
fundamentaba —parcialmente— en
la conducta doméstica de Flip, la cual
Csányi encontraba extrañamente familiar.
“Cuando contaban dos o tres
años, mis hijos comenzaron a exigir
toda mi atención. Querían tocarme y
que los tocara”, rememora. Y la conducta
de Flip era “muy similar”.
“En términos
de inteligencia
social, la
capacidad de
los perros para
evaluar el mundo
social es muy
semejante a la de
los humanos”.
En un primer experimento con
voluntarios, Miklósi y Csányi pusieron
parejas de perros con sus dueños
en una habitación desconocida,
repleta de cosas interesantes que
podían explorar, y tomaron nota
de las interacciones. Los animales y
sus humanos exhibieron conductas
prácticamente idénticas a las que,
desde hace mucho, los psicólogos
del desarrollo han observado en los
bebés humanos bien adaptados y sus
madres. Para los etólogos, la razón
era que los dueños proporcionaron
el fundamento de seguridad que necesitaban
los perros, y esa seguridad
permitía que los animales exploraran
su nuevo entorno, si bien manteniendo
siempre el contacto visual y
observando atentamente las señales
de sus humanos. La implicación de
aquella conducta se hizo evidente:
de alguna manera, los perros habían
“jaqueado” el sistema con que los humanos
respondemos a la ternura, y
que propicia la vinculación.
En años recientes, otros científicos
que han expandido esa investigación
han hallado que, cuando un perro y
un humano forman vínculos, cada
caricia y cada contacto visual hace
que los animales secreten oxitocina:
la poderosa “hormona del amor” que
propicia la formación de vínculos
entre madre e hijo y que, entre otros
efectos, reduce la frecuencia cardiaca
y la presión arterial. Más aun, las
caricias también elevan los niveles de
endorfinas y dopamina (la hormona
que nos hace “sentir bien”), tanto en
las personas como en los perros.
Otros estudios afirman que, a diferencia
de los lobos, nuestros compañeros
peludos han evolucionado
dos a tres veces más músculos faciales
de contracción rápida. Dichos
músculos les permiten agrandar los
ojos como hacen los bebés humanos,
y ese gesto evoca las mismas expresiones
faciales y respuestas verbales
que los progenitores humanos utilizan
con sus hijos.
De hecho, los animales de refugios
caninos que tienen más éxito para encontrar
un nuevo hogar son los más
diestros para hacer lo que ha dado en
conocerse como “ojitos de cachorro”.
Por otra parte, los perros que secretan
más oxitocina tienden a fijar más
la mirada en sus dueños, y esto hace
que el humano responda mirándolos
más a los ojos, lo cual perpetúa el ciclo
de mayor liberación de oxitocina
y dopamina, y refuerza el vínculo.
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