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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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Sus ojos en sombras se abrieron de golpe.

—¿Que qué?

—No… no lo hice sola. Utilicé la conexión entre nosotros, la que creó el collar,

para controlar el poder del Oscuro. Creé nichevo’ya.

Las manos de Baghra me buscaron las mías, y me aferró las muñecas

dolorosamente.

—No debes hacer eso, niña. No debes jugar con esa clase de poder. Eso es lo que

creó la Sombra. Solo puede salir miseria de él.

—Tal vez no tenga elección, Baghra. Conocemos la localización del pájaro de

fuego, o al menos eso creemos. En cuanto lo encontremos…

—Sacrificarás otra vida ancestral en beneficio de tu propio poder.

—Quizás no —protesté débilmente—. Mostré misericordia al ciervo. A lo mejor

el pájaro de fuego no tiene que morir.

—Escúchate. Esto no es una historia infantil. El ciervo tuvo que morir para que

reclamaras su poder. El pájaro de fuego no es distinto, y esta vez la sangre estará en

tus manos. —Soltó su risotada grave y lastimera—. La idea no te preocupa tanto

como debería, ¿verdad, niña?

—No —admití.

—¿No te preocupa lo mucho que hay que perder? ¿El daño que podrías causar?

—Sí —dije miserablemente—. Claro que sí. Pero me estoy quedando sin

opciones, y aunque no fuera así…

Me soltó las manos.

—Lo buscarías igualmente.

—No lo negaré. Quiero el pájaro de fuego. Quiero el poder combinado de los

amplificadores. Pero eso no cambia el hecho de que ningún ejército humano puede

enfrentarse a los soldados de sombras del Oscuro.

—Abominación contra abominación.

Si eso era lo que hacía falta. Demasiado se había perdido como para dar la

espalda a cualquier arma que pudiera hacerme lo bastante fuerte como para ganar

aquella batalla. Con o sin la ayuda de Baghra, encontraría la forma de utilizar el

merzost.

Dudé.

—Baghra, he leído los cuadernos de Morozova.

—¿Ah, sí? ¿Te parecieron una lectura estimulante?

—No, me parecieron exasperantes.

Para mi sorpresa, ella se rio.

—Mi hijo leía esas páginas como si fueran órdenes divinas. Debió de leerlos

enteros un millar de veces, cuestionando cada palabra. Comenzó a pensar que había

códigos ocultos en el texto. Sostuvo las páginas sobre el fuego en busca de tinta

invisible. Al final, acabó maldiciendo el nombre de Morozova.

Al igual que yo. Tan solo persistía la obsesión de David, que casi había

www.lectulandia.com - Página 94

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