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ancha puerta vislumbré un laberinto de calderas que brillaban y siseaban en la
oscuridad. Incluso Nikolai, siempre impoluto, tenía una fina capado sudor en sus
elegantes facciones.
Estaba claro que nos dirigíamos al refugio de Baghra, que no parecía ser capaz de
mantener el calor. Me pregunté si era porque rara vez utilizaba su poder. Desde luego,
yo no había sido capaz de sacudirme el frío de la Catedral Blanca.
Nikolai se detuvo frente a una puerta de hierro.
—Última oportunidad para correr.
—Adelante —dije—. Sálvate tú.
Él suspiró.
—Recuérdame como un héroe.
Dio unos ligeros golpes en la puerta y entramos. Tuve la desconcertante sensación
de que habíamos entrado en la cabaña de Baghra en el Pequeño Palacio. Estaba ahí
sentada, apiñada junto a la estufa de azulejos, vestida con la misma kefta desteñida, y
la mano sobre el bastón con el que me había golpeado con tanto placer. El mismo
sirviente le estaba leyendo, y sentí un pinchazo de vergüenza al darme cuenta de que
ni siquiera había preguntado si el chico había logrado salir de Os Alta. Nikolai se
aclaró la garganta, y él se apartó.
—Baghra —dijo Nikolai—, ¿cómo te encuentras hoy?
—Todavía vieja y ciega —gruñó ella.
—Y encantadora —señaló lentamente Nikolai—. No te olvides de «encantadora».
—Cachorro.
—Arpía.
—¿Qué es lo que quieres, bicho?
—Te he traído a alguien de visita —dijo Nikolai, dándome un empujón.
¿Por qué me sentía tan nerviosa?
—Hola, Baghra —logré decir. Ella hizo una pausa y se quedó inmóvil.
—La pequeña Santa —murmuró—. Ha vuelto para salvarnos a todos.
—Bueno, estuvo a punto de morir tratando de librarnos de tu maldito hijo —
señaló Nikolai con ligereza. Pestañeé. Así que Nikolai sabía que Baghra era la madre
del Oscuro.
—Ni siquiera has podido hacer bien el martirio, ¿eh? —Baghra me hizo un gesto
para que entrara—. Entra y cierra la puerta, niña. Se está escapando el calor. —Sonreí
ante las familiares palabras—. Y tú —escupió en dirección a Nikolai—, vete donde
alguien te quiera.
—Eso me da muchas opciones —dijo—. Alina, volveré para recogerte a la hora
de la cena, pero si te sientes nerviosa, siéntete libre para salir gritando de aquí o
apuñalarla. Lo que mejor te parezca.
—¿Todavía sigues aquí? —soltó Baghra.
—Me voy, pero espero seguir en tu corazón —replicó él solemnemente. Después
guiñó un ojo y desapareció.
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