Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

lisseth021116
from lisseth021116 More from this publisher
07.08.2023 Views

—Entonces, ¡no he perdido mi toque! —Echó un vistazo a Genya y dijo en vozbaja—: ¿Qué le ha pasado a esa chica?—Una larga historia —dije evasivamente—. Por favor, dime que hay escaleras.Preferiría quedarme aquí permanentemente que volver a subirme a esa cosa.—Por supuesto que hay escaleras, pero son menos entretenidas. Y en cuantohayas subido y bajado los cuatro pisos unas cuantas veces, verás que eres mucho másabierta de mente.Estaba a punto de llevarle la contraria, pero las palabras murieron en mi lenguacuando eché un buen vistazo a mi alrededor. Si el hangar había sido impresionante,aquello era simplemente milagroso.Era la habitación más grande en la que hubiera entrado jamás; dos o tal vez tresveces más grande que la sala abovedada del Pequeño Palacio. Me di cuenta de que nisiquiera era una habitación. Estábamos en la cima de una montaña vaciada pordentro. Ya comprendía lo que había visto cuando nos acercábamos a bordo delPelícano. Los dedos de escarcha eran en realidad enormes columnas de bronce conformas de personas y criaturas. Se alzaban sobre nosotros, soportando enormespaneles de cristal desde los que se veía el océano de nubes de abajo. El cristal era tantransparente que otorgaba al lugar una inquietante sensación de amplitud, como sipudiera entrar una ráfaga de viento y arrastrarme hacia la nada que había más allá. Elcorazón comenzó a latirme con fuerza.—Respira hondo —indicó Nikolai—. Puede ser abrumador al principio.La habitación estaba llena de gente. Algunos se encontraban en grupos junto aunas mesas de dibujo y trozos de maquinaria. Otros estaban marcando cajas desuministros en una especie de almacén improvisado. Otra zona se había apartado parael entrenamiento; y los soldados luchaban con unas espadas sin filo mientras otrosinvocaban viento de Vendaval o llamas de Inferni. A través del cristal vi unas terrazasque sobresalían en cuatro direcciones, picos gigantes como las puntas de una brújula:norte, sur, este y oeste. Dos se habían reservado para las prácticas de tiro. Era difícilno compararlas con las cavernas húmedas y aisladas de la Catedral Blanca. Allí, todohervía de vida y esperanza. Todo llevaba el sello de Nikolai.—¿Qué es este lugar? —pregunté mientras lo cruzábamos lentamente.—Originariamente era un lugar de peregrinaje, cuando las fronteras de Ravka seextendían más hacia el norte —explicó Nikolai—. El Monasterio de Sankt Demyan.Sankt Demyan de la Escarcha. Al menos, eso explicaba la serpenteante escaleraque habíamos visto. Solo la fe o el miedo podían hacer que alguien subiera por ahí.Recordaba la página de Demyan del Istorii Sankt’ya. Había realizado alguna clase demilagro cerca de la frontera norteña, y estaba bastante segura de que lo habíanmatado lapidándolo.—Hace unos cuantos cientos de años, lo convirtieron en un observatorio —continuó Nikolai, y señaló un pesado telescopio de latón situado en el uno de losnichos de cristal—. Lleva más de un siglo abandonado. Oí hablar de él durante lawww.lectulandia.com - Página 88

campaña de Halmhend, pero tardé en encontrarlo. Ahora simplemente lo llamamos«la Rueca».Entonces me di cuenta de que las columnas de bronce eran constelaciones: elCazador con su arco preparado, el Erudito inclinado y estudiando, los Tres HijosInsensatos, apiñados juntos, tratando de compartir un mismo abrigo. El Tesorero, ElOso, el Mendigo. La Doncella Esquilada, aferrada a su aguja de hueso. Eran doce entotal: los radios de la Rueca.Tuve que inclinar el cuello muy hacia atrás para ver la cúpula de cristal que habíaen las alturas, sobre nosotros. El sol se estaba poniendo, y a través de ella podía ver elcielo volviéndose de un exuberante y profundo color azul. Si entrecerraba los ojos,podía distinguir una estrella de doce puntas en el centro de la cúpula.—Hay mucho cristal —susurré, girando la cabeza.—Pero no hay escarcha —señaló Mal.—Tuberías calientes —dijo David—. Están en el suelo. Y probablemente tambiénincrustadas en las columnas.Sí que hacía más calor en aquella habitación. Todavía hacía el frío suficientecomo para no querer separarme del abrigo ni de mi gorro, pero mis pies estabancálidos en mis botas.—Hay calderas bajo nosotros —explicó Nikolai—. Todo el lugar se alimenta denieve fundida y vapor. El problema es el combustible, pero he estado acumulandocarbón.—¿Durante cuánto tiempo?—Dos años. Comenzamos con las reparaciones cuando hice que convirtieran lascavernas inferiores en hangares. No es un lugar ideal para las vacaciones, pero aveces necesitas alejarte.Me sentía impresionada, pero también nerviosa. Estar con Nikolai siempre eraasí, observarlo moviéndose y cambiando, revelando secretos. Me recordaba a lasmuñecas de madera que se metían una dentro de otra con las que jugaba de pequeña.La diferencia era que en lugar de volverse más pequeño, se volvía cada vez másgrande y más misterioso. Al día siguiente probablemente me dijera que se habíaconstruido un palacio de recreo en la luna. Es difícil llegar, pero menudas vistas.—Examinad el lugar —nos dijo—. Familiarizaos con él. Nevsky estádescargando mercancía en el hangar, y yo tengo que ocuparme de las reparaciones delcasco.Recordaba a Nevsky. Había sido un soldado del viejo regimiento de Nikolai, elVigésimo Segundo, y no le gustaban demasiado los Grisha.—Me gustaría ver a Baghra —dije.—¿Estás segura?—Para nada.—Te llevaré con ella. Será una buena práctica por si alguna vez tengo que llevar aalguien a la horca. Y en cuanto hayas tenido tu castigo, Oretsev y tú podéis venir awww.lectulandia.com - Página 89

—Entonces, ¡no he perdido mi toque! —Echó un vistazo a Genya y dijo en voz

baja—: ¿Qué le ha pasado a esa chica?

—Una larga historia —dije evasivamente—. Por favor, dime que hay escaleras.

Preferiría quedarme aquí permanentemente que volver a subirme a esa cosa.

—Por supuesto que hay escaleras, pero son menos entretenidas. Y en cuanto

hayas subido y bajado los cuatro pisos unas cuantas veces, verás que eres mucho más

abierta de mente.

Estaba a punto de llevarle la contraria, pero las palabras murieron en mi lengua

cuando eché un buen vistazo a mi alrededor. Si el hangar había sido impresionante,

aquello era simplemente milagroso.

Era la habitación más grande en la que hubiera entrado jamás; dos o tal vez tres

veces más grande que la sala abovedada del Pequeño Palacio. Me di cuenta de que ni

siquiera era una habitación. Estábamos en la cima de una montaña vaciada por

dentro. Ya comprendía lo que había visto cuando nos acercábamos a bordo del

Pelícano. Los dedos de escarcha eran en realidad enormes columnas de bronce con

formas de personas y criaturas. Se alzaban sobre nosotros, soportando enormes

paneles de cristal desde los que se veía el océano de nubes de abajo. El cristal era tan

transparente que otorgaba al lugar una inquietante sensación de amplitud, como si

pudiera entrar una ráfaga de viento y arrastrarme hacia la nada que había más allá. El

corazón comenzó a latirme con fuerza.

—Respira hondo —indicó Nikolai—. Puede ser abrumador al principio.

La habitación estaba llena de gente. Algunos se encontraban en grupos junto a

unas mesas de dibujo y trozos de maquinaria. Otros estaban marcando cajas de

suministros en una especie de almacén improvisado. Otra zona se había apartado para

el entrenamiento; y los soldados luchaban con unas espadas sin filo mientras otros

invocaban viento de Vendaval o llamas de Inferni. A través del cristal vi unas terrazas

que sobresalían en cuatro direcciones, picos gigantes como las puntas de una brújula:

norte, sur, este y oeste. Dos se habían reservado para las prácticas de tiro. Era difícil

no compararlas con las cavernas húmedas y aisladas de la Catedral Blanca. Allí, todo

hervía de vida y esperanza. Todo llevaba el sello de Nikolai.

—¿Qué es este lugar? —pregunté mientras lo cruzábamos lentamente.

—Originariamente era un lugar de peregrinaje, cuando las fronteras de Ravka se

extendían más hacia el norte —explicó Nikolai—. El Monasterio de Sankt Demyan.

Sankt Demyan de la Escarcha. Al menos, eso explicaba la serpenteante escalera

que habíamos visto. Solo la fe o el miedo podían hacer que alguien subiera por ahí.

Recordaba la página de Demyan del Istorii Sankt’ya. Había realizado alguna clase de

milagro cerca de la frontera norteña, y estaba bastante segura de que lo habían

matado lapidándolo.

—Hace unos cuantos cientos de años, lo convirtieron en un observatorio —

continuó Nikolai, y señaló un pesado telescopio de latón situado en el uno de los

nichos de cristal—. Lleva más de un siglo abandonado. Oí hablar de él durante la

www.lectulandia.com - Página 88

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!