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—. Son más pequeños y escurridizos.
Como el Reyezuelo, el Avetoro tenía cascos dobles, aunque eran más planos y
anchos en la base, y estaban equipados con lo que parecían trineos.
La tripulación de Nikolai lanzó unas cuerdas por la barandilla del Pelícano, y los
trabajadores corrieron hacia ellas para atraparlas. Tiraron de ellas para tensarlas y las
ataron a unos ganchos de acero que había en las paredes y el suelo del hangar.
Aterrizamos con un golpe y un chirrido ensordecedor mientras el casco arañaba la
piedra.
David frunció el ceño en señal de desaprobación.
—Demasiado peso.
—A mí no me mires —dijo Tolya.
En cuanto nos detuvimos, Tolya y Tamar saltaron por la barandilla, saludando a
los tripulantes y trabajadores que debían de haber reconocido de su tiempo a bordo
del Volkvolny. Los demás aguardamos a que bajaran la pasarela, y después
abandonamos la gabarra.
—Impresionante —dijo Mal. Yo sacudí la cabeza, maravillada.
—¿Cómo lo hace?
—¿Queréis saber mi secreto? —preguntó Nikolai tras nosotros, y los dos
saltamos. Se inclinó hacia delante, miró de izquierda a derecha, y susurró en alto—:
Tengo un montón de dinero. —Yo puse los ojos en blanco—. No, en serio —protestó
—. Un montón de dinero.
Nikolai dio órdenes a los estibadores que aguardaban para que iniciaran las
reparaciones, y después condujo a nuestro grupo harapiento de ojos muy abiertos
hasta una puerta en la roca.
—Entrad todos —dijo. Confusos, nos metimos en la pequeña habitación
rectangular cuyas paredes parecían estar hechas de hierro. Nikolai cerró la puerta
corredera.
—Me estás pisando el pie —se quejó Zoya, malhumorada, pero todos estábamos
tan apretados que era difícil decir con quién estaba enfadada.
—¿Qué es esto? —pregunté.
Nikolai bajó una palanca, y todos soltamos un grito colectivo cuando la
habitación comenzó a subir con rapidez, llevándose mi estómago con ella.
Nos detuvimos de pronto. Mis tripas volvieron a caer hasta mis pies, y la puerta
se abrió deslizándose. Nikolai salió al exterior, doblándose de risa.
—Nunca me canso de verlo.
Salimos de la caja tan rápido como pudimos, todos, a excepción de David, que se
quedó atrás toqueteando el mecanismo de la palanca.
—Ten cuidado —dijo Nikolai—. La bajada es más movida que la subida.
Genya cogió a David del brazo y tiró de él para sacarlo de ahí.
—Por todos los Santos —solté—. Había olvidado todas las veces que me entran
ganas de apuñalarte.
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