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—Traté de matarlo.
—Como es lógico.
—Matándome a mí.
—Ya veo.
—Derrumbé la capilla —dije.
—Tú…
—Bueno, lo hicieron los nichevo’ya, siguiendo mis órdenes.
—¿Puedes darles órdenes?
Podía verlo calculando una posible ventaja. Siempre sería un estratega.
—No te emociones —dije—. Tuve que crear mis propios nichevo’ya para
hacerlo. Y tuve que estar en contacto directo con el Oscuro.
—Oh —dijo con aire sombrío—. Pero ¿cuando encuentres al pájaro de fuego…?
—No estoy segura —admití—, pero… —Dudé. Nunca había expresado aquel
pensamiento en voz alta. Entre los Grisha, se hubiera considerado herejía. Sin
embargo, quería decir las palabras, quería que Nikolai las escuchara. Esperaba que
pudiera comprender la ventaja que obtendríamos, incluso aunque no pudiera
comprender la sed que me dirigía—. Creo que podría crear mi propio ejército.
—¿Soldados de luz?
—Esa es la idea.
Nikolai me estaba observando, y me di cuenta de que estaba escogiendo sus
palabras cuidadosamente.
—Una vez me dijiste que el merzost no es como la Pequeña Ciencia, que conlleva
un alto precio. —Asentí con la cabeza—. ¿Cómo de alto, Alina?
Pensé en el cuerpo de una chica aplastada bajo un plato espejado, con las gafas
torcidas, en Marie destrozada entre los brazos de Sergei, en Genya encogiéndose en
su chal. Pensé en los muros de la iglesia, como trozos de pergamino ensangrentado,
llenos de los nombres de los muertos. Sin embargo, una furia honesta no era lo único
que me guiaba. Era mi necesidad por el pájaro de fuego, controlada, pero siempre
ardiente.
—No importa —respondí firmemente—. Lo pagaré.
Nikolai lo sopesó, y después dijo:
—Muy bien.
—¿Eso es todo? ¿Nada de sabias palabras? ¿Nada de advertencias funestas?
—Por todos los Santos, Alina. Espero que no me estuvieras buscando para ser la
voz de la razón. Sigo una estricta dieta de imprudente entusiasmo y sincero
arrepentimiento. —Hizo una pausa, y su sonrisa se desvaneció—. Pero de verdad que
siento lo de los soldados que has perdido, y no haber hecho más aquella noche.
Bajo nosotros, pude ver los comienzos de la blanca extensión del permafrost y,
más allá, la forma de las montañas en la distancia.
—¿Qué podías haber hecho, Nikolai? Tan solo habrías acabado muerto. Todavía
podrías acabar muerto.
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