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Me aferré al frío metal, sintiéndome como una cobarde. Mal y los mellizos habían
entrado en la batalla para asegurarse de que el Oscuro no supiera nuestra localización.
No habían dudado. Habían matado con implacable eficiencia. Yo había segado una
vida y estaba aovillada como una cría, limpiándome el vómito del labio.
Stigg envió un fuego que lamió los cuerpos del campo. No me había detenido a
pensar que un cuerpo partido por la mitad delataría mi presencia tanto como un
informante.
Unos momentos después, la plataforma subió hasta la parte inferior del Pelícano
y emprendimos la marcha. Cuando emergimos a cubierta, el sol se reflejaba a babor
mientras ascendíamos entre las nubes. Nikolai gritaba órdenes. Unos Vendavales
controlaban el gigantesco globo, mientras otro llenaba las velas de aire. Los
Agitamareas cubrían de niebla la base de la nave para que no nos vieran desde tierra.
Reconocí a algunos de los Grisha rebeldes de cuando Nikolai se había disfrazado de
Sturmhond y Mal y yo habíamos sido prisioneros en su barco.
Aquella nave era más grande y menos grácil que el Colibrí o el Reyezuelo. Pronto
descubrí que lo habían construido para transportar mercancía; cargamentos de armas
zemeni con las que Nikolai traficaba por las fronteras del norte y del sur, y a veces a
través de la Sombra. No estaba hecha de madera, sino de alguna sustancia muy ligera
creada por Hacedores que emocionó mucho a David. Se tumbó en la cubierta para ver
mejor, golpeando aquí y allá.
—Es alguna clase de resina curada, pero está reforzada con… ¿fibra de carbono?
—Cristal —señaló Nikolai, con aspecto de estar muy complacido por el
entusiasmo de David.
—¡Más flexible! —exclamó David, casi extático.
—¿Qué puedo decir? —dijo Genya secamente—. Es un hombre apasionado.
La presencia de la chica me preocupaba un poco, pero Nikolai no la había visto
herida, y no pareció reconocerla. Circulé con Nadia entre nuestros Grisha,
recordándoles en susurros que no utilizaran su nombre real.
Un tripulante me ofreció una taza de agua fresca para que pudiera enjuagarme la
boca y lavarme la cara y las manos. La acepté con las mejillas ardiendo, avergonzada
por la exhibición en la plataforma.
Cuando terminé, puse los codos sobre la barandilla y miré entre la niebla el
paisaje que había abajo; los campos pintados de los colores rojo y dorado del otoño,
el brillo azul grisáceo de las ciudades fluviales y sus puertos desbordados. El absurdo
poder de Nikolai era tan grande que apenas había pensado dos veces en el hecho de
que estábamos volando. Había estado a bordo de navíos más pequeños, y prefería el
Pelícano sin lugar a dudas. Había algo majestuoso en él. A lo mejor no era capaz de
llegar a los sitios con rapidez, pero tampoco se volcaría fácilmente.
Había pasado de estar a kilómetros bajo tierra a estar a kilómetros sobre la
superficie. Apenas era capaz de creérmelo, que Nikolai nos hubiera encontrado, que
se encontrara a salvo, que todos estuviéramos allí. Una oleada de alivio me invadió,
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