Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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—No lo hagas —dijo—. Que uno de sus desangradores se ocupe de él.Me dio un golpe en la espalda y nos condujo junto a los otros.—¿Veis ese collar? —preguntó Luchenko a sus hombres—. ¡Tenemos a laInvocadora del Sol! —Hubo exclamaciones y algunos vítores entre ellos—. Así queempezad a pensar en cómo vais a gastar todo el dinero del Oscuro.Volvieron a aclamar.—¿Por qué no pedimos un rescate por ella a Nikolai Lantsov? —dijo un soldadodesde algún lugar cerca del fondo del círculo. Ahora que estaba en el medio del claro,parecía que hubiera aún más.—¿Lantsov? —repitió Luchenko—. Si tiene cerebro, estará pasando el rato enalgún sitio cálido con una chica guapa en el regazo. Si es que está vivo.—Está vivo —dijo alguien. Luchenko escupió.—No me importa.—¿Y tu país no te importa? —pregunté.—¿Qué ha hecho por mí mi país, niña? No me ha dado tierras ni vida, tan solo ununiforme y una pistola. No me importa que esté el Oscuro en el trono o un Lantsovinútil.—Yo vi al príncipe cuando estuve en Os Alta —señaló Ekaterina—. No es feo.—¿Que no es feo? —dijo otra voz—. Es endiabladamente guapo.Luchenko frunció el ceño.—¿Desde cuándo…?—Es valiente en la batalla, y listo como un lince. —Ahora la voz parecía venir deencima de nosotros. Luchenko estiró el cuello, buscando entre los árboles—. Es unexcelente bailarín —dijo la voz—. Ah, y su puntería es aún mejor.—¿Quién…? —Luchenko no tuvo oportunidad de acabar. Sonó un estallido, y unagujero negro apareció entre sus ojos. Jadeé.—Imposi…—No lo digas —murmuró Mal.Entonces, estalló el caos.www.lectulandia.com - Página 78

os disparos silbaron sobre nuestras cabezas, y Mal me empujó para que cayera alsuelo. Aterricé con la cara sobre el mantillo de la superficie del bosque, y sentí sucuerpo protegiendo el mío.—¡Al suelo! —chilló.Giré la cabeza hacia un lado y vi a los Grisha formando un círculo a nuestroalrededor.Harshaw estaba en el suelo, pero Stigg tenía el pedernal en la mano, y las llamasatravesaban el aire.Tamar y Tolya habían cargado hacia la pelea. Zoya, Nadia y Adrik tenían lasmanos en alto y las hojas subían en ráfagas desde el suelo del bosque, pero era difícildistinguir amigo de enemigo en el revoltijo de hombres armados.Entonces oí un repentino golpe sordo junto a nosotros mientras alguien aterrizabadesde los árboles.—¿Qué hacéis descalzos y medio desnudos en el barro? —preguntó una vozfamiliar—. Espero que estéis buscando trufas.Nikolai cortó las ataduras de nuestras muñecas y me ayudó a ponerme en pie.—La próxima vez trataré de que me capturen a mí. Tan solo para poner la cosainteresante. —Le lanzó un fusil a Mal—. ¿Vamos?—¡No puedo distinguir quién es quién! —protesté.—Somos el bando que está en clara inferioridad numérica.Desafortunadamente, no me parecía que estuviera de broma. Mientras las filas semovían y recuperé la noción de las cosas, fue más fácil distinguir a los hombres deNikolai por los brazaletes de un azul pálido que llevaban. Habían logrado abrirsecamino entre la milicia de Luchenko, pero incluso sin su líder eran un enemigopoderoso.Oí un grito. Los hombres de Nikolai avanzaron, manteniendo a los Grisha delantewww.lectulandia.com - Página 79

—No lo hagas —dijo—. Que uno de sus desangradores se ocupe de él.

Me dio un golpe en la espalda y nos condujo junto a los otros.

—¿Veis ese collar? —preguntó Luchenko a sus hombres—. ¡Tenemos a la

Invocadora del Sol! —Hubo exclamaciones y algunos vítores entre ellos—. Así que

empezad a pensar en cómo vais a gastar todo el dinero del Oscuro.

Volvieron a aclamar.

—¿Por qué no pedimos un rescate por ella a Nikolai Lantsov? —dijo un soldado

desde algún lugar cerca del fondo del círculo. Ahora que estaba en el medio del claro,

parecía que hubiera aún más.

—¿Lantsov? —repitió Luchenko—. Si tiene cerebro, estará pasando el rato en

algún sitio cálido con una chica guapa en el regazo. Si es que está vivo.

—Está vivo —dijo alguien. Luchenko escupió.

—No me importa.

—¿Y tu país no te importa? —pregunté.

—¿Qué ha hecho por mí mi país, niña? No me ha dado tierras ni vida, tan solo un

uniforme y una pistola. No me importa que esté el Oscuro en el trono o un Lantsov

inútil.

—Yo vi al príncipe cuando estuve en Os Alta —señaló Ekaterina—. No es feo.

—¿Que no es feo? —dijo otra voz—. Es endiabladamente guapo.

Luchenko frunció el ceño.

—¿Desde cuándo…?

—Es valiente en la batalla, y listo como un lince. —Ahora la voz parecía venir de

encima de nosotros. Luchenko estiró el cuello, buscando entre los árboles—. Es un

excelente bailarín —dijo la voz—. Ah, y su puntería es aún mejor.

—¿Quién…? —Luchenko no tuvo oportunidad de acabar. Sonó un estallido, y un

agujero negro apareció entre sus ojos. Jadeé.

—Imposi…

—No lo digas —murmuró Mal.

Entonces, estalló el caos.

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