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Levanté las manos y dejé que la mujer me atara las muñecas con una cuerda. Mal
suspiró y me imitó.
—¿Puedo ponerme al menos la camisa? —preguntó.
—No —dijo la mujer, mirándolo lascivamente—. Me gusta la vista.
Luchenko se rio.
—La vida es curiosa, ¿verdad? —dijo filosóficamente mientras nos conducían por
el bosque a punta de fusil—. Lo único que quería era un poco de suerte, y ahora me
estoy ahogando en ella. El Oscuro vaciará sus arcas para que os lleve hasta su puerta.
—¿Vas a entregarme tan fácilmente? —pregunté—. Estúpido.
—Unas palabras muy atrevidas para una chica con un fusil en la espalda.
—Es un gran negocio —expliqué—. ¿No crees que Fjerda o Shu Han pagarán
una pequeña fortuna, tal vez incluso una gran fortuna, por conseguir a la Invocadora
del Sol? ¿Cuántos hombres tienes?
Luchenko echó un vistazo por encima del hombro y meneó el dedo como si fuera
un profesor. Bueno, al menos lo había intentado.
—Lo único que quería decir —continué inocentemente—, es que podrías
subastarme al mejor postor y que tus hombres pasaran el resto de sus vidas gordos y
felices.
—Me gusta cómo piensa —dijo la mujer del moño.
—No seas codiciosa, Ekaterina —dijo Luchenko—. No somos embajadores ni
diplomáticos. La recompensa por la cabeza de esa chica valdrá para costear un pasaje
más allá de la frontera. A lo mejor consigo un barco en Djerholm. O a lo mejor
simplemente me entierro en rubias el resto de mi vida.
La desagradable imagen de Luchenko retozando con un puñado de fjerdanas
llenas de curvas desapareció de mi mente cuando entramos en el claro. Los Grisha
estaban en el centro, rodeados por un círculo de casi treinta hombres armados. Tolya
estaba sangrando mucho debido a lo que parecía un fuerte golpe en la cabeza.
Harshaw había estado haciendo guardia, y supe de un vistazo que le habían
disparado. Estaba pálido, balanceándose sobre sus pies y aferrándose la herida en el
costado, jadeando mientras Oncat aullaba.
—¿Veis? —dijo Luchenko—. Con todo este dinero caído del cielo, no tengo que
preocuparme por el mayor postor.
Me puse frente a él, y mantuve la voz tan baja como pude.
—Libéralos —pedí—. Si los entregas al Oscuro, los torturarán.
—¿Y qué?
Me tragué el arrebato de ira que me recorrió. Las amenazas no me llevarían a
ninguna parte.
—Un prisionero con vida es más valioso que un cadáver —señalé dócilmente—.
Al menos desátame para que pueda ocuparme de la herida de mi amigo.
Y para que pueda cargarme a tus hombres con un gesto.
Ekaterina entrecerró los ojos.
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