Ruina y ascenso - Leigh Bardugo
hubiera visto nunca. Tenía el pelo largo y enredado, y lo mantenía alejado de sus ojoscon dos trenzas desordenadas. Llevaba cinturones de balas cruzándole el pecho, y unchaleco manchado que podía haber sido rojo, pero estaba desteñido y era de un colorentre el marrón y el púrpura.—Necesito mis botas —dijo Mal.—Sin ellas habrá menos posibilidades de que salgas corriendo.—¿Qué queréis?—Podéis comenzar vosotros a responder —ordenó el hombre—. Hay una ciudadcerca con muchos lugares cómodos donde alojarse. ¿Qué hacen doce personasescondiéndose en el bosque? —Debió de fijarse en mi reacción, porque añadió—:Eso es. He encontrado vuestro campamento. ¿Sois desertores?—Sí —respondió Mal con suavidad—. De Kerskii.El hombre se rascó la mejilla.—¿Kerskii? Tal vez —dijo—. Pero… —Dio un paso hacia delante—. ¿Oretsev?Mal se puso rígido, y después dijo:—¿Luchenko?—Por todos los Santos, no te había visto desde que tu unidad entrenaba conmigoen Poliznaya. —Se giró hacia los otros—. Este granuja era el mejor rastreador en diezregimientos. Nunca había visto nada igual. —Estaba sonriendo, pero no bajó el fusil—. Y ahora eres el desertor más famoso de toda Ravka.—Tan solo estoy tratando de sobrevivir.—Y yo también, hermano. —Hizo un gesto en mi dirección—. No parece tu tipo.Si no tuviera un rifle apuntándome a la cara, el comentario podría habermedolido.—Es otra soldado de infantería del Primer Ejército, como nosotros.—Como nosotros, ¿eh? —Luchenko me dio un golpecito con su arma—. Quítatela bufanda.—Hace un poco de frío —dije. Luchenko me dio otro golpe.—Venga, chica.Eché un vistazo a Mal, y pude verlo valorando nuestras opciones. Estábamos muycerca. Podría causar graves daños con el Corte, pero no antes de que los otrosdispararan. Podía cegarlos, pero, si abríamos fuego, ¿qué pasaría con los que estabanen el campamento?Me encogí de hombros y me quité la bufanda de un tirón brusco. Luchenko emitióun bajo silbido.—Había oído que tenías compañía sagrada, Oretsev. Parece que hemos capturadoa una Santa. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. Pensaba que sería más alta. Atadlosa los dos.Volví a clavar los ojos en los de Mal. Quería que actuara, podía sentirlo. Mientrasno tuviera las manos atadas, podría invocar y controlar la luz. Pero ¿y los demásGrisha?www.lectulandia.com - Página 76
Levanté las manos y dejé que la mujer me atara las muñecas con una cuerda. Malsuspiró y me imitó.—¿Puedo ponerme al menos la camisa? —preguntó.—No —dijo la mujer, mirándolo lascivamente—. Me gusta la vista.Luchenko se rio.—La vida es curiosa, ¿verdad? —dijo filosóficamente mientras nos conducían porel bosque a punta de fusil—. Lo único que quería era un poco de suerte, y ahora meestoy ahogando en ella. El Oscuro vaciará sus arcas para que os lleve hasta su puerta.—¿Vas a entregarme tan fácilmente? —pregunté—. Estúpido.—Unas palabras muy atrevidas para una chica con un fusil en la espalda.—Es un gran negocio —expliqué—. ¿No crees que Fjerda o Shu Han pagaránuna pequeña fortuna, tal vez incluso una gran fortuna, por conseguir a la Invocadoradel Sol? ¿Cuántos hombres tienes?Luchenko echó un vistazo por encima del hombro y meneó el dedo como si fueraun profesor. Bueno, al menos lo había intentado.—Lo único que quería decir —continué inocentemente—, es que podríassubastarme al mejor postor y que tus hombres pasaran el resto de sus vidas gordos yfelices.—Me gusta cómo piensa —dijo la mujer del moño.—No seas codiciosa, Ekaterina —dijo Luchenko—. No somos embajadores nidiplomáticos. La recompensa por la cabeza de esa chica valdrá para costear un pasajemás allá de la frontera. A lo mejor consigo un barco en Djerholm. O a lo mejorsimplemente me entierro en rubias el resto de mi vida.La desagradable imagen de Luchenko retozando con un puñado de fjerdanasllenas de curvas desapareció de mi mente cuando entramos en el claro. Los Grishaestaban en el centro, rodeados por un círculo de casi treinta hombres armados. Tolyaestaba sangrando mucho debido a lo que parecía un fuerte golpe en la cabeza.Harshaw había estado haciendo guardia, y supe de un vistazo que le habíandisparado. Estaba pálido, balanceándose sobre sus pies y aferrándose la herida en elcostado, jadeando mientras Oncat aullaba.—¿Veis? —dijo Luchenko—. Con todo este dinero caído del cielo, no tengo quepreocuparme por el mayor postor.Me puse frente a él, y mantuve la voz tan baja como pude.—Libéralos —pedí—. Si los entregas al Oscuro, los torturarán.—¿Y qué?Me tragué el arrebato de ira que me recorrió. Las amenazas no me llevarían aninguna parte.—Un prisionero con vida es más valioso que un cadáver —señalé dócilmente—.Al menos desátame para que pueda ocuparme de la herida de mi amigo.Y para que pueda cargarme a tus hombres con un gesto.Ekaterina entrecerró los ojos.www.lectulandia.com - Página 77
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hubiera visto nunca. Tenía el pelo largo y enredado, y lo mantenía alejado de sus ojos
con dos trenzas desordenadas. Llevaba cinturones de balas cruzándole el pecho, y un
chaleco manchado que podía haber sido rojo, pero estaba desteñido y era de un color
entre el marrón y el púrpura.
—Necesito mis botas —dijo Mal.
—Sin ellas habrá menos posibilidades de que salgas corriendo.
—¿Qué queréis?
—Podéis comenzar vosotros a responder —ordenó el hombre—. Hay una ciudad
cerca con muchos lugares cómodos donde alojarse. ¿Qué hacen doce personas
escondiéndose en el bosque? —Debió de fijarse en mi reacción, porque añadió—:
Eso es. He encontrado vuestro campamento. ¿Sois desertores?
—Sí —respondió Mal con suavidad—. De Kerskii.
El hombre se rascó la mejilla.
—¿Kerskii? Tal vez —dijo—. Pero… —Dio un paso hacia delante—. ¿Oretsev?
Mal se puso rígido, y después dijo:
—¿Luchenko?
—Por todos los Santos, no te había visto desde que tu unidad entrenaba conmigo
en Poliznaya. —Se giró hacia los otros—. Este granuja era el mejor rastreador en diez
regimientos. Nunca había visto nada igual. —Estaba sonriendo, pero no bajó el fusil
—. Y ahora eres el desertor más famoso de toda Ravka.
—Tan solo estoy tratando de sobrevivir.
—Y yo también, hermano. —Hizo un gesto en mi dirección—. No parece tu tipo.
Si no tuviera un rifle apuntándome a la cara, el comentario podría haberme
dolido.
—Es otra soldado de infantería del Primer Ejército, como nosotros.
—Como nosotros, ¿eh? —Luchenko me dio un golpecito con su arma—. Quítate
la bufanda.
—Hace un poco de frío —dije. Luchenko me dio otro golpe.
—Venga, chica.
Eché un vistazo a Mal, y pude verlo valorando nuestras opciones. Estábamos muy
cerca. Podría causar graves daños con el Corte, pero no antes de que los otros
dispararan. Podía cegarlos, pero, si abríamos fuego, ¿qué pasaría con los que estaban
en el campamento?
Me encogí de hombros y me quité la bufanda de un tirón brusco. Luchenko emitió
un bajo silbido.
—Había oído que tenías compañía sagrada, Oretsev. Parece que hemos capturado
a una Santa. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. Pensaba que sería más alta. Atadlos
a los dos.
Volví a clavar los ojos en los de Mal. Quería que actuara, podía sentirlo. Mientras
no tuviera las manos atadas, podría invocar y controlar la luz. Pero ¿y los demás
Grisha?
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