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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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para hacer el idiota ahora.

—Tamar ha vuelto —dije.

Él se puso en pie, perdiendo por completo el interés en los peces.

—¿Y?

—No hay señales de los hombres de Nikolai.

Mal suspiró y se pasó la mano por el pelo.

—Maldita sea.

—Podríamos esperar un día más —sugerí, aunque ya sabía lo que iba a decir.

—Ya hemos perdido demasiado tiempo. No sé cuánto tardaremos en llegar hasta

el sur o encontrar al pájaro de fuego. Lo último que necesitamos es quedar atrapados

en las montañas cuando llegue la nieve. Y tenemos que buscar un lugar seguro para

los demás.

—Tamar ha dicho que Ravka Occidental se ha declarado a favor de Nikolai. ¿Por

qué no los llevamos hasta allí?

Mal sopesó la idea.

—Es un viaje muy largo, Alina. Perderíamos demasiado tiempo.

—Lo sé, pero es más seguro que cualquier lugar a este lado de la Sombra. Y es

otra oportunidad de encontrar a Nikolai.

—También sería menos peligroso viajar hacia el sur desde ese lado. —Asintió

con la cabeza—. De acuerdo. Tenemos que conseguir que los otros se preparen.

Quiero que nos marchemos esta noche.

—¿Esta noche?

—No tiene sentido esperar.

Salió del agua, y sus dedos desnudos se curvaron sobre las rocas. No llegó a

decirme que me fuera, pero bien podría haberlo hecho. ¿Qué más teníamos que

hablar?

Comencé a dirigirme hacia el campamento, y entonces recordé que no le había

hablado acerca de los oprichniki. Volví al arroyo.

—Mal… —comencé, pero la palabra murió en mis labios. Se había agachado

para recoger las cantimploras, y me estaba dando la espalda—. ¿Qué es eso? —

pregunté enfadada.

Él se giró rápidamente, pero ya era demasiado tarde. Abrió la boca.

—Como digas que nada, voy a darte golpes hasta que quedes inconsciente —solté

antes de que pudiera contestar, y él cerró la boca—. Date la vuelta —ordené.

Durante un instante, él simplemente permaneció allí de pie. Después suspiró y se

giró. Había un tatuaje por toda su ancha espalda, algo parecido a una rosa de los

vientos, pero mucho más similar a un sol. Las puntas iban de un hombro al otro y

bajaban por su columna.

—¿Por qué? —pregunté—. ¿Por qué has hecho esto? —Él se encogió de

hombros, y los músculos se flexionaron bajo el intrincado diseño—. Mal, ¿por qué te

has marcado de este modo?

www.lectulandia.com - Página 74

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