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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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Los otros se pusieron tras él, dejando que volviera a encabezar la marcha. Yo me

quedé atrás, sacudiéndome la luz de encima, pero esta se aferraba a mí, como si mi

cuerpo estuviera sediento de ella.

Cuando Zoya me alcanzó, dijo:

—¿Sabes, Starkov? Estoy comenzando a pensar que te pusiste el pelo blanco a

propósito.

—Sí, Zoya, jugar con la muerte es una parte esencial de mis tratamientos de

belleza.

Ella se encogió de hombros y echó un vistazo a Mal.

—Bueno, para mí es un poco obvio, pero diría que todo ese aspecto de doncella

de la luna está funcionando.

Zoya era la última persona con la que quería hablar de Mal, pero aquello se

parecía sospechosamente a un cumplido. Recordé que me había agarrado la mano

durante el derrumbamiento, y lo fuerte que lo había hecho todo el tiempo.

—Gracias —dije—. Por mantenernos a salvo ahí abajo. Por ayudarnos a salvar a

Sergei y a Stigg.

Incluso aunque no hubiera sentido realmente mis palabras, la expresión de

aturdimiento en su rostro hubiera valido la pena.

—De nada —logró decir. Después levantó en el aire su nariz perfecta y añadió—:

Pero no voy a estar siempre ahí para salvarte el culo, Invocadora del Sol.

Sonreí y la seguí por el pasillo de tumbas. Al menos, era predecible.

Nos costó demasiado tiempo salir del cementerio. Las hileras de criptas seguían y

seguían, un frío testimonio de las generaciones que Ravka llevaba en guerra. Los

caminos estaban limpios, libres de hojas, y las tumbas adornadas con flores, iconos

pintados, caramelos y montañitas de preciada munición: pequeños obsequios para los

muertos. Pensé en los hombres y mujeres que nos habían despedido en la Catedral

Blanca, poniéndonos ofrendas en las manos. Me sentí agradecida cuando finalmente

llegamos a la salida.

El terror del derrumbamiento y las largas horas de pie nos habían pasado factura,

pero Mal estaba decidido a llevarnos tan cerca de Ryevost como pudiera antes del

amanecer. Avanzamos fatigosamente, caminando en paralelo a la carretera principal,

a través de los campos iluminados por las estrellas. Ocasionalmente vislumbrábamos

alguna casa solitaria, una lámpara brillando tras una ventana. De algún modo era un

alivio ver aquellas señales de vida, pensar en un granjero levantándose por la noche

para llenar un vaso de agua, girando la cabeza brevemente hacia la ventana y la

oscuridad al otro lado.

El cielo acababa de comenzar a iluminarse cuando oímos los sonidos de alguien

que se aproximaba por la carretera. Apenas tuvimos tiempo de escabullimos al

bosque y refugiarnos entre los árboles antes de ver el primer vagón.

www.lectulandia.com - Página 69

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