Ruina y ascenso - Leigh Bardugo
—Vendavales —dijo Mal—, ¿estáis listos para continuar?Todos asintieron. En sus caras veía el resplandor que ocasionaba utilizar el poderGrisha, pero sabía que debían de estar casi al límite. Habían estado cerca de unkilómetro manteniendo toneladas de rocas lejos de nosotros, y necesitarían más queunos pocos minutos de descanso para recuperarse.—Entonces, larguémonos de aquí.Iluminé el camino, todavía recelosa de las sorpresas que pudieran estaresperándonos. Nos movimos cautelosamente, con los Vendavales alerta, girando através de los túneles y los pasadizos hasta que no tuve la menor idea de por dóndehabíamos ido. Ya hacía mucho que nos habíamos alejado de la zona que aparecía enel mapa que habían creado David y Mal.Cada sonido parecía amplificado. Incluso la caída de unas piedrecillas hacía quenos detuviéramos en seco, esperando lo peor. Traté de pensar en algo que no fuera elpeso de la tierra sobre nosotros. Si el túnel se derrumbaba y el poder de losVendavales fallaba, quedaríamos aplastados y nadie lo sabría jamás, como sifuéramos pétalos olvidados entre las páginas de un libro.Al cabo de un tiempo me di cuenta de que a mis piernas les costaba más avanzar,y también de que la inclinación del suelo había aumentado. Oí suspiros de alivio,algunos vítores callados, y menos de una hora después nos encontramos apretujadosen alguna especie de sótano, mirando hacia arriba a la parte inferior de una trampilla.El suelo estaba húmedo allí, lleno de charquitos: señal de que debíamos deencontrarnos cerca de las ciudades fluviales. Bajo la luz de mis palmas vi que lasparedes de piedra estaban agrietadas, pero no sabía si el daño era antiguo o resultadode explosiones recientes.—¿Cómo lo has hecho? —le pregunté a Mal. Él se encogió de hombros.—Como siempre. Hay presas en la superficie. Es como si fuera una caza.Tolya sacó el viejo reloj de David del bolsillo de su abrigo. No estaba segura decuándo se había hecho con él.—Si esta cosa marca bien el tiempo, ya ha pasado bastante desde el anochecer.—Tienes que darle cuerda todos los días —dijo David.—Lo sé.—¿Y lo has hecho?—Sí.—Entonces, marca bien el tiempo.Me pregunté si debía recordarle a David que el puño de Tolya era más o menosdel tamaño de su cabeza.Zoya suspiró.—Con nuestra suerte, alguien estará preparando una misa de medianoche.Muchas de las entradas y salidas de los túneles se encontraban en lugaressagrados, pero no todas. Podríamos salir en el ábside de una iglesia, en el patio de unmonasterio, o bien podríamos asomar la cabeza en el suelo de un burdel. Buenos días,www.lectulandia.com - Página 66
señor. Me tragué una risa demente. El cansancio y el miedo me dejaban trastornada.¿Y si alguien nos estaba esperando allí arriba? ¿Y si el Apparat había cambiadode bando una vez más y había puesto al Oscuro tras nuestra pista? No estabapensando con claridad. Mal creía que las explosiones habían sido un ataque aleatorioen los túneles, y eso era lo único que tenía sentido. El Apparat no podía saber dóndeestaríamos, ni cuándo. E incluso si el Oscuro hubiera descubierto de algún modo quenos dirigíamos hacia Ryevost, ¿por qué molestarse en utilizar bombas para atraernosa la superficie? Tan solo tenía que esperar a que saliéramos.—Vamos —dije—. Creo que me estoy ahogando.Mal hizo una señal a Tolya y Tamar para que me flanquearan.—Estad preparados —les dijo—. Ante cualquier señal de peligro, lleváosla deaquí. Llevadla por los túneles en dirección al oeste, tan lejos como podáis.Hasta que no comenzó a subir por la escalerilla no me di cuenta de que todos noshabíamos quedado atrás, esperando que él subiera primero. Tanto Tolya como Tamareran luchadores más experimentados, y Mal era el único otkazat’sya entre nosotros.¿Por qué era él quien corría los riesgos? Quería decirle algo, que fuera con cuidado,pero sonaría absurdo. Ir con cuidado no era algo que tuviera ya sentido para nosotros.Me hizo un gesto desde la parte superior de la escalerilla y yo liberé la luz,sumiéndonos en la oscuridad. Oí un golpe sordo, el sonido de unas bisagras quechirriaban, y después un suave gruñido y un crujido mientras la trampilla se abría. Nohabía ninguna luz arriba, ni tampoco gritos ni disparos.El corazón me latía con fuerza en el pecho. Seguí el sonido de Mal saliendo, desus pisadas sobre nosotros. Finalmente oí el ruido de una cerilla y una luz apareció enla trampilla. Mal silbó dos veces, indicando que estaba todo despejado.Uno por uno, subimos por la escalerilla. Cuando saqué la cabeza por la trampilla,un escalofrío descendió por mi espalda. La habitación era hexagonal, y sus paredesestaban talladas en lo que parecía lapislázuli, todas adornadas con paneles de maderapintados con un Santo distinto, sus halos dorados relucían bajo la luz de las lámparas.Las esquinas estaban llenas de espesas telarañas blancas, y la lámpara de Mal seencontraba sobre un sarcófago de piedra. Estábamos en una cripta.—Perfecto —dijo Zoya—. De un túnel a una tumba. ¿Qué será lo siguiente, unavisita a un matadero?—Mezle —dijo David, señalando uno de los nombres tallados en la pared—.Eran una antigua familia Grisha. Incluso había una en el Pequeño Palacio, antes deque…—¿Antes de que murieran todos? —contribuyó Genya, servicial.—Ziva Mezle —dijo Nadia con voz queda—. Era una Vendaval.—¿Podemos dejar la charla para más tarde? —preguntó Zoya—. Quiero salir deaquí.Me froté los brazos. No le faltaba razón.La puerta parecía de hierro macizo. Tolya y Mal pusieron los hombros contra lawww.lectulandia.com - Página 67
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señor. Me tragué una risa demente. El cansancio y el miedo me dejaban trastornada.
¿Y si alguien nos estaba esperando allí arriba? ¿Y si el Apparat había cambiado
de bando una vez más y había puesto al Oscuro tras nuestra pista? No estaba
pensando con claridad. Mal creía que las explosiones habían sido un ataque aleatorio
en los túneles, y eso era lo único que tenía sentido. El Apparat no podía saber dónde
estaríamos, ni cuándo. E incluso si el Oscuro hubiera descubierto de algún modo que
nos dirigíamos hacia Ryevost, ¿por qué molestarse en utilizar bombas para atraernos
a la superficie? Tan solo tenía que esperar a que saliéramos.
—Vamos —dije—. Creo que me estoy ahogando.
Mal hizo una señal a Tolya y Tamar para que me flanquearan.
—Estad preparados —les dijo—. Ante cualquier señal de peligro, lleváosla de
aquí. Llevadla por los túneles en dirección al oeste, tan lejos como podáis.
Hasta que no comenzó a subir por la escalerilla no me di cuenta de que todos nos
habíamos quedado atrás, esperando que él subiera primero. Tanto Tolya como Tamar
eran luchadores más experimentados, y Mal era el único otkazat’sya entre nosotros.
¿Por qué era él quien corría los riesgos? Quería decirle algo, que fuera con cuidado,
pero sonaría absurdo. Ir con cuidado no era algo que tuviera ya sentido para nosotros.
Me hizo un gesto desde la parte superior de la escalerilla y yo liberé la luz,
sumiéndonos en la oscuridad. Oí un golpe sordo, el sonido de unas bisagras que
chirriaban, y después un suave gruñido y un crujido mientras la trampilla se abría. No
había ninguna luz arriba, ni tampoco gritos ni disparos.
El corazón me latía con fuerza en el pecho. Seguí el sonido de Mal saliendo, de
sus pisadas sobre nosotros. Finalmente oí el ruido de una cerilla y una luz apareció en
la trampilla. Mal silbó dos veces, indicando que estaba todo despejado.
Uno por uno, subimos por la escalerilla. Cuando saqué la cabeza por la trampilla,
un escalofrío descendió por mi espalda. La habitación era hexagonal, y sus paredes
estaban talladas en lo que parecía lapislázuli, todas adornadas con paneles de madera
pintados con un Santo distinto, sus halos dorados relucían bajo la luz de las lámparas.
Las esquinas estaban llenas de espesas telarañas blancas, y la lámpara de Mal se
encontraba sobre un sarcófago de piedra. Estábamos en una cripta.
—Perfecto —dijo Zoya—. De un túnel a una tumba. ¿Qué será lo siguiente, una
visita a un matadero?
—Mezle —dijo David, señalando uno de los nombres tallados en la pared—.
Eran una antigua familia Grisha. Incluso había una en el Pequeño Palacio, antes de
que…
—¿Antes de que murieran todos? —contribuyó Genya, servicial.
—Ziva Mezle —dijo Nadia con voz queda—. Era una Vendaval.
—¿Podemos dejar la charla para más tarde? —preguntó Zoya—. Quiero salir de
aquí.
Me froté los brazos. No le faltaba razón.
La puerta parecía de hierro macizo. Tolya y Mal pusieron los hombros contra la
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