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Zoya flexionó los dedos, haciendo ajustes, y volvió a llamar a Sergei. Esa vez,
cuando respondió, David dijo:
—Suena como si estuviera debajo de nosotros.
—Tal vez no —replicó Zoya—. La acústica puede resultar engañosa.
Mal bajó por el pasadizo.
—No, tiene razón. El suelo en su parte del túnel debe de haberse derrumbado.
Nos costó casi dos horas encontrarlos y desenterrarlos: Tolya cavaba, Mal daba
indicaciones, los Vendavales estabilizaban los laterales del túnel con aire mientras yo
mantenía una tenue iluminación, y los otros formaban una fila para mover rocas y
arena.
Cuando encontramos a Stigg y a Sergei, estaban cubiertos de barro, en un estado
casi comatoso.
—He ralentizado nuestro pulso —murmuró Sergei, aturdido—. Respiración lenta.
Usar menos aire.
Tolya y Tamar hicieron que se recobraran, incrementando su ritmo cardiaco y
llenando de oxígeno sus pulmones.
—No pensaba que vendríais —masculló Stigg, todavía adormilado.
—¿Por qué? —gimoteó Genya, quitando cuidadosamente la tierra de alrededor de
sus ojos.
—No estaba seguro de que os fuerais a preocupar por él —replicó Harshaw detrás
de mí.
Hubo murmullos de protesta y algunas miradas culpables. Lo cierto es que yo
pensaba que Stigg y Harshaw eran unos extraños. Y Sergei… Bueno, Sergei ya
llevaba un tiempo perdido. Ninguno de nosotros nos habíamos preocupado por
acercarnos a ellos.
Cuando los dos pudieron caminar, volvimos hasta la parte menos dañada del
túnel. Uno por uno, los Vendavales retiraron su poder, y esperamos a ver si el techo
aguantaba para que pudieran descansar. Nos limpiamos el polvo y la mugre de la cara
y la ropa los unos a los otros lo mejor que pudimos, y después nos pasamos un frasco
de kvas. Stigg se aferró a él como un bebé a un biberón.
—¿Estáis todos bien? —preguntó Mal.
—Mejor que nunca —dijo Genya, temblorosa.
David levantó la mano.
—Yo he estado mejor. —Todos comenzamos a reír—. ¿Qué? —dijo.
—¿Cómo has hecho eso? —le preguntó Nadia a Zoya—. Ese truco con el sonido.
—Es solo una forma de crear una anomalía acústica. Jugábamos con ella en el
colegio, para poder espiar lo que decía la gente en otras habitaciones.
Genya resopló.
—Por qué no me sorprende.
—¿Podrías enseñarnos a hacerlo? —preguntó Adrik.
—Si alguna vez me aburro lo suficiente.
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