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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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a caverna entera sufrió una sacudida, y unos riachuelos de piedrecillas cayeron sobre

nosotros. Mal apareció a mi lado en un instante y me apartó de las piedras que caían,

mientras Zoya me cubría por el otro lado.

—¡Apagad las luces! —gritó Mal—. Quitaos las mochilas.

Pusimos las mochilas contra los muros como una especie de refuerzo, y después

apagamos las lámparas para evitar que las chispas provocaran otra explosión.

Bum. ¿Encima de nosotros? ¿Al norte? Era difícil decirlo. Transcurrieron unos

largos segundos. Bum. Esa vez había sonado más cerca, y más fuerte. Las piedras y la

tierra cayeron sobre nuestras cabezas inclinadas.

—Nos ha encontrado —gimió Sergei, con la voz entrecortada por el miedo.

—Es imposible —protestó Zoya—. Ni siquiera el Apparat sabe adonde nos

dirigimos.

Mal se movió ligeramente. Oí que unas piedrecillas caían.

—Es un ataque aleatorio —dijo.

—Esa gata trae mala suerte —susurró Genya con voz temblorosa.

Bum. Sonó con tanta fuerza como para que me castañetearan los dientes.

—Metan yez —dijo David. Metano.

Un segundo más tarde me llegó su fétido olor. Si tuviéramos Inferni encima, con

una chispa saldríamos todos volando en pedazos. Alguien comenzó a llorar.

—Vendavales, enviadlo al este —ordenó Mal. ¿Cómo podía sonar tan calmado?

Sentí que Zoya se movía, y después la ráfaga de aire mientras ella y los demás

alejaban el gas de nosotros.

Bum. Era difícil respirar. El espacio parecía demasiado pequeño.

—Por todos los Santos… —dijo Sergei con voz temblorosa.

—¡Veo llamas! —gritó Tolya.

—Enviadlo al este —repitió Mal con voz firme, y la ráfaga de viento Grisha

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