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—No es culpa mía ser tan delicioso —replicó, y esa familiar sonrisa arrogante
cruzó su rostro como la luz sobre el agua. Después pareció refrenarse. Se puso la
mochila sobre los hombros, y supe que estaba a punto de alejarse de mí.
—No me fallaste, Mal.
No sabía de dónde habían salido las palabras.
Él se secó la mano húmeda en el muslo.
—Ambos sabemos que eso no es cierto.
—Vamos a estar viajando durante a saber cuánto tiempo. En algún momento vas a
tener que hablar conmigo.
—Estoy hablando contigo ahora.
—¿Ves? ¿Y es tan horrible?
—No lo sería —dijo, mirándome firmemente—, si lo único que quisiera hacer
fuera hablar.
Me ardieron las mejillas. No quieres esto, me dije. Pero sentía que mi cuerpo se
retorcía, como los bordes de un trozo de papel demasiado cerca del fuego.
—Mal…
—Tengo que mantenerte a salvo, Alina, concentrarme en lo que importa. No
puedo hacerlo si… —Soltó un largo suspiro—. Tu destino es mayor que yo, y moriré
luchando para dártelo. Pero, por favor, no me pidas que finja que es fácil.
Se metió rápidamente en la siguiente cueva.
Miré la laguna reluciente, las espirales de luz en el agua que aún no se había
calmado tras el breve toque de Mal. Oía a los otros avanzando ruidosamente por la
caverna.
—Oncat me araña todo el tiempo —dijo Harshaw mientras caminaba sin prisa
junto a mí.
—Ah, ¿sí? —pregunté, fingiendo que me importaba.
—Lo extraño es que le gusta estar cerca.
—¿Estás siendo profundo, Harshaw?
—En realidad, me estaba preguntando algo. ¿Si comiera suficientes de esos
peces, comenzaría a brillar?
Sacudí la cabeza. Por supuesto, uno de los últimos Inferni que quedaban con vida
tenía que estar loco. Alcancé a los otros y entré en el siguiente túnel.
—Venga, Harshaw —llamé por encima del hombro.
Entonces oí la primera explosión.
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