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atrás el clamor del río. Pasamos la noche en un hueco de caliza húmeda donde no se
oía nada salvo nuestros dientes castañeteando mientras temblábamos con la ropa
húmeda.
Seguimos así durante dos días, avanzando por los túneles, a veces dando marcha atrás
cuando una ruta resultaba ser intransitable. Había perdido completamente la noción
de hacia dónde nos dirigíamos, pero cuando Mal anunció que íbamos hacia el oeste,
me di cuenta de que los pasadizos estaban ascendiendo, conduciéndonos hacia la
superficie.
Mal no dejaba de caminar, implacable. Él y los mellizos se silbaban desde los
extremos de la fila, para asegurarse de que nadie se había quedado demasiado atrás. A
veces retrocedía para comprobar cómo estaba todo el mundo.
—Sé lo que estás haciendo —le dije cuando regresó a la parte delantera de la fila.
—¿El qué?
—Vas hacia atrás cuando alguien se está quedando rezagado y te pones a hablar
con ellos. Le preguntas a David acerca de las propiedades del fósforo, o a Nadia por
sus pecas…
—Nunca le he preguntado a Nadia por sus pecas.
—Ya me entiendes. Y después empiezas a ganar velocidad de forma gradual para
que caminen más rápido.
—Parece funcionar mejor que darles golpes con un palo —dijo.
—Pero es menos divertido.
—Tengo el brazo cansado.
Y después se alejó, avanzando con rapidez. Era la conversación más larga que
habíamos tenido desde que abandonamos la Catedral Blanca.
Nadie más parecía tener problemas al hablar. Tamar intentó enseñarle a Nadia
algunas baladas shu. Por desgracia, su memoria era terrible, pero la de su hermano
era casi perfecta y él la había sustituido de buen grado. El normalmente taciturno
Tolya era capaz de recitar poemas épicos enteros en ravkano y en shu, incluso aunque
nadie quisiera oírlos.
Aunque Mal había ordenado que permaneciéramos en estricta formación, Genya
se escapaba a menudo a la parte delantera de la fila para quejarse.
—Todos los poemas son sobre un valiente héroe llamado Kregi —dijo—. Todos y
cada uno. Siempre tiene un corcel, y tenemos que oír acerca del corcel, y los tres
tipos distintos de espada que llevaba, y el color del pañuelo que tenía atado a la
muñeca, y todos los pobres monstruos que mataba, y lo gentil y fiel que era. Para ser
un mercenario, Tolya resulta perturbadoramente sensiblero.
Me reí y eché un vistazo hacia atrás, aunque no podía ver demasiado.
—¿Y qué le parece a David?
—David no se entera de mucho. Se ha pasado la última hora parloteando acerca
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