Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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—Sankta —susurró fervientemente. Cuando pensaba que mi vida no podíavolverse más extraña, sucedía.En cuanto me desembaracé de Ruby, aproveché un último momento para hablarcon el Apparat en privado.—Ya sabes lo que busco, sacerdote, y también el poder que blandiré a mi regreso.Que no les pase nada a los Soldat Sol ni a Maxim.No me gustaba dejar solo al Sanador ahí abajo, pero no podía obligarlo a unirse anosotros, no a sabiendas de los peligros a los que podríamos enfrentarnos en lasuperficie.—No somos enemigos, Sankta Alina —dijo el Apparat con suavidad—. Debéissaber que lo único que siempre he querido es veros en el trono de Ravka.Casi sonreí ante sus palabras.—Lo sé, sacerdote. En el trono, y bajo tu merced.Él inclinó la cabeza hacia un lado para contemplarme. El brillo fanático habíadesaparecido de sus ojos, que simplemente parecían astutos.—No sois lo que esperaba —admitió.—¿No soy la Santa que vendíais?—Una Santa inferior —dijo—. Pero tal vez una reina mejor. Rezaré por vos,Alina Starkov.Lo extraño fue que le creí.Mal y yo nos encontramos con los demás en el Pozo de Chetya, una fuente natural enel cruce entre cuatro de los túneles mayores. Si el Apparat finalmente decidía enviar aun equipo a por nosotros, sería más difícil que nos siguieran el rastro desde allí. Almenos esa era la idea, pero no habíamos contado con que muchos de los peregrinosse fueran a presentar para despedirnos. Habían seguido a los Grisha desde suscámaras y se agrupaban alrededor de la fuente.Todos llevábamos ropas corrientes de viaje, y habíamos guardado las keftas ennuestro equipaje. Había cambiado mi túnica dorada por un abrigo pesado, un gorro depiel, y el reconfortante peso de una pistola en mi cadera. De no ser por mi peloblanco, dudaba que ninguno de los peregrinos me hubiera reconocido.Estiraban los brazos para tocarme la manga o la mano. Algunos nos dabanregalos, las únicas ofrendas que tenían: bollitos que se habían puesto tan duros comopara romper los dientes, piedras pulidas, trozos de encaje, racimos de lirios de sal.Murmuraban plegarias por nuestra salud con lágrimas en los ojos.Vi la sorpresa de Genya cuando una mujer le puso un chal de oración de colorverde oscuro sobre sus hombros.—Negro no —dijo—. Para ti, negro no.Noté un dolor en la garganta. No era solo el Apparat el que me había mantenidoaislada de esa gente: yo también me había distanciado de ellos. Desconfiaba de su fe,www.lectulandia.com - Página 56

pero sobre todo temía su esperanza. El amor y el cariño de aquellos pequeños gestosera una carga que no deseaba.Besé mejillas y estreché manos, hice promesas que no estaba segura de podermantener, y después emprendimos la marcha. Me habían llevado a la Catedral Blancaen camilla, y al menos podía marcharme por mi propio pie.Mal iba en primer lugar. Tolya y Tamar se encontraban al final, explorando loscaminos que dejábamos atrás para asegurarse de que nadie nos seguía.Gracias al acceso de David a los archivos y al sentido de la orientación innato deMal, habían logrado hacer un tosco mapa de la red de túneles. Habían comenzado atrazar un camino a Ryevost, pero había lagunas en la información que tenían. Inclusosi íbamos en la dirección correcta, no podríamos estar seguros de por dóndeacabaríamos saliendo exactamente.Tras mi huida de Os Alta, los hombres del Oscuro habían tratado de penetrar en lared de túneles que había bajo las iglesias y los lugares sagrados de Ravka. Cuandosus búsquedas resultaron infructuosas, comenzaron a bombardear para cerrar las rutasde salida, tratando de que las personas que buscaban refugio se vieran obligadas asalir a la superficie. Los Alkemi del Oscuro habían creado nuevos explosivos quederrumbaron edificios, y metieron gases combustibles bajo tierra. Lo único que hacíafalta era una simple chispa de un Inferni, y secciones completas de la antigua red detúneles se derrumbarían. Era una de las razones por las que el Apparat había insistidoen que permaneciera en la Catedral Blanca.Había rumores de derrumbes al oeste de donde nos encontrábamos, así que Malnos condujo hacia el norte. No era la ruta más directa, pero esperábamos que fueraestable.Fue un alivio avanzar a través de los túneles, estar haciendo algo finalmentedespués de tantas semanas de confinamiento. Mi cuerpo seguía estando débil, perome sentía más fuerte de lo que me había sentido en meses, así que avancé sinquejarme.Traté de no pensar demasiado en lo que pasaría si la estación de contrabando deRyevost estaba inactiva. ¿Cómo se suponía que íbamos a encontrar a un príncipe queno quería que lo encontraran, y hacerlo mientras nosotros mismos permanecíamosocultos? Si Nikolai seguía con vida, tal vez estuviera buscándome, o a lo mejor habíabuscado alguna alianza en otra parte. Por lo que él sabía, yo podría haber muerto enla batalla del Pequeño Palacio.Los túneles se oscurecieron a medida que nos alejábamos más de la CatedralBlanca y su extraño resplandor de alabastro. Pronto, nuestro camino quedó iluminadoúnicamente por la luz tambaleante de nuestras lámparas. En algunos lugares, lascavernas eran tan estrechas que teníamos que quitarnos el equipaje y avanzar a duraspenas entre las paredes. Entonces, sin advertencia, aparecíamos en una cueva gigantelo bastante grande como para que pastaran caballos.Mal tenía razón: tantas personas viajando juntas resultaban ruidosas y difíciles dewww.lectulandia.com - Página 57

pero sobre todo temía su esperanza. El amor y el cariño de aquellos pequeños gestos

era una carga que no deseaba.

Besé mejillas y estreché manos, hice promesas que no estaba segura de poder

mantener, y después emprendimos la marcha. Me habían llevado a la Catedral Blanca

en camilla, y al menos podía marcharme por mi propio pie.

Mal iba en primer lugar. Tolya y Tamar se encontraban al final, explorando los

caminos que dejábamos atrás para asegurarse de que nadie nos seguía.

Gracias al acceso de David a los archivos y al sentido de la orientación innato de

Mal, habían logrado hacer un tosco mapa de la red de túneles. Habían comenzado a

trazar un camino a Ryevost, pero había lagunas en la información que tenían. Incluso

si íbamos en la dirección correcta, no podríamos estar seguros de por dónde

acabaríamos saliendo exactamente.

Tras mi huida de Os Alta, los hombres del Oscuro habían tratado de penetrar en la

red de túneles que había bajo las iglesias y los lugares sagrados de Ravka. Cuando

sus búsquedas resultaron infructuosas, comenzaron a bombardear para cerrar las rutas

de salida, tratando de que las personas que buscaban refugio se vieran obligadas a

salir a la superficie. Los Alkemi del Oscuro habían creado nuevos explosivos que

derrumbaron edificios, y metieron gases combustibles bajo tierra. Lo único que hacía

falta era una simple chispa de un Inferni, y secciones completas de la antigua red de

túneles se derrumbarían. Era una de las razones por las que el Apparat había insistido

en que permaneciera en la Catedral Blanca.

Había rumores de derrumbes al oeste de donde nos encontrábamos, así que Mal

nos condujo hacia el norte. No era la ruta más directa, pero esperábamos que fuera

estable.

Fue un alivio avanzar a través de los túneles, estar haciendo algo finalmente

después de tantas semanas de confinamiento. Mi cuerpo seguía estando débil, pero

me sentía más fuerte de lo que me había sentido en meses, así que avancé sin

quejarme.

Traté de no pensar demasiado en lo que pasaría si la estación de contrabando de

Ryevost estaba inactiva. ¿Cómo se suponía que íbamos a encontrar a un príncipe que

no quería que lo encontraran, y hacerlo mientras nosotros mismos permanecíamos

ocultos? Si Nikolai seguía con vida, tal vez estuviera buscándome, o a lo mejor había

buscado alguna alianza en otra parte. Por lo que él sabía, yo podría haber muerto en

la batalla del Pequeño Palacio.

Los túneles se oscurecieron a medida que nos alejábamos más de la Catedral

Blanca y su extraño resplandor de alabastro. Pronto, nuestro camino quedó iluminado

únicamente por la luz tambaleante de nuestras lámparas. En algunos lugares, las

cavernas eran tan estrechas que teníamos que quitarnos el equipaje y avanzar a duras

penas entre las paredes. Entonces, sin advertencia, aparecíamos en una cueva gigante

lo bastante grande como para que pastaran caballos.

Mal tenía razón: tantas personas viajando juntas resultaban ruidosas y difíciles de

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