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por debajo de la superficie, pero emití una luz ardiente sobre los muros de la Catedral
Blanca, recurriendo a todas mis reservas para sobrecoger a la multitud que gemía y se
balanceaba debajo. Vladim permaneció a mi izquierda, con la camisa abierta para
mostrar la marca de mi palma en su pecho. A mi derecha, el Apparat no dejaba de
hablar y, ya fuera por miedo o porque realmente creía, su trabajo resultaba muy
convincente. Su voz reverberaba por la caverna principal, asegurando que nuestra
misión estaba guiada por la divina providencia y que yo emergería de las pruebas a
las que me enfrentara más poderosa que nunca.
Lo examiné mientras hablaba. Parecía más pálido de lo habitual, un tanto
sudoroso, pero no especialmente escarmentado. Me pregunté si era un error dejarlo
con vida, pero sin un arrebato de furia y poder guiando mis acciones, la ejecución era
un paso que no estaba preparada para considerar con seriedad.
Se había hecho el silencio. Bajé la mirada hasta los rostros entusiastas de la gente.
Había algo nuevo en su júbilo, tal vez porque habían podido vislumbrar mi verdadero
poder, o tal vez porque el Apparat había hecho muy bien su trabajo. Estaban
esperando a que yo dijera algo. Había tenido sueños parecidos, en los que yo era
actriz en una obra pero no me había aprendido mis frases.
—Regresaré… —Se me quebró la voz, y me aclaré la garganta antes de volverlo
a intentar—. Regresaré más poderosa que nunca —declaré con mi mejor voz de Santa
—. Vosotros sois mis ojos. —Necesitaba que lo fueran, que vigilaran al Apparat, que
se mantuvieran a salvo los unos a los otros—. Sois mis puños. Sois mis espadas.
La multitud vitoreó. Todos a una, comenzaron a entonar un cántico:
—¡Sankta Alina! ¡Sankta Alina! ¡Sankta Alina!
—Ha estado bien —dijo Mal mientras me alejaba del balcón.
—Llevo casi tres meses escuchando el parloteo del Apparat. Algo tenía que
contagiárseme.
Siguiendo mis órdenes, el Apparat anunció que pasaría tres días en soledad,
ayunando y rezando por el éxito de mi misión. Sus guardias harían lo mismo,
confinados en los archivos y vigilados por los Soldat Sol.
—Mantenedlos fuertes en su fe —le dije a Ruby y los otros soldados. Esperaba
que tres días fueran tiempo suficiente para alejarnos bastante de la Catedral Blanca.
Sin embargo, conociendo al Apparat, lo más probable era que se las hubiera arreglado
para escapar antes de la cena.
—Yo os conocía —dijo Ruby, aferrándome los dedos cuando me giré para
marcharme—. Estaba en vuestro regimiento. ¿Os acordáis?
Tenía los ojos húmedos, y el tatuaje de su mejilla era tan negro que parecía flotar
sobre su piel.
—Por supuesto que me acuerdo —dije amablemente. No habíamos sido amigas.
Por entonces, Ruby estaba más interesada en Mal que en la religión, y yo era
prácticamente invisible para ella.
Sollozó y me besó los nudillos.
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