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reverencia y se marcharon? No lo sabía. Él ya estaba bajando las escaleras, con los
ojos clavados en mí. El corazón me dio un vuelco, y una única palabra reverberó
claramente en mi cabeza: corre. Estaba loca por haber intentado aquello, por haberlo
buscado. Pero no me moví. No solté la cuerda.
Alguien se acercó a él, y cuando se encontraba a tan solo unos centímetros del
Oscuro, su imagen quedó enfocada: túnica roja de Grisha, y un rostro que no
reconocí. Incluso podía distinguir sus palabras:
—… el asunto de las firmas para…
Entonces, el Oscuro le atajó.
—Después —dijo bruscamente, y el Corporalnik se apresuró a marcharse.
La habitación quedó vacía de sonidos y movimientos, y durante todo el tiempo el
Oscuro mantuvo sus ojos en mí. Cruzó el suelo de parqué. Con cada paso, la madera
pulida quedaba enfocada bajo su bota, y después volvía a desvanecerse.
Tenía la extraña sensación de estar tumbada sobre mi cama en la Catedral Blanca,
y también de estar allí, de pie en aquella habitación, iluminada por la cálida luz del
sol.
Se detuvo frente a mí, y sus ojos examinaron mi rostro. ¿Qué veía ahí? En mis
visiones, había acudido a mí libre de cicatrices. ¿Me veía saludable y completa, con
el pelo marrón y los ojos brillantes? ¿O veía a la chica pálida y gris como un hongo,
maltrecha por nuestra batalla en la capilla, debilitada por la vida bajo tierra?
—Si hubiera sabido que demostrarías ser una alumna tan aventajada… —Su voz
tenía un genuino matiz de admiración, casi de sorpresa. Con horror, descubrí que la
parte de mí que seguía siendo una huérfana patética se complacía por sus halagos—.
¿Por qué has acudido ante mí ahora? —preguntó—. ¿Tanto tiempo te ha costado
recuperarte de nuestra escaramuza?
Si aquello había sido simplemente una escaramuza, entonces estábamos perdidos
de verdad. No, me dije. Había escogido aquella palabra deliberadamente, para
intimidarme.
Ignoré su pregunta y dije:
—No esperaba ningún cumplido.
—¿No?
—Te dejé enterrado bajo una montaña de escombros.
—¿Y si te dijera que respeto tu falta de compasión?
—Me parece que no te creería.
Sus labios se curvaron en una ligerísima sonrisa.
—Una alumna muy aventajada —repitió—. ¿Por qué tendría que desperdiciar mi
ira contigo cuando la culpa es mía? Debería haber esperado otra traición por tu parte,
otro absurdo intento de aferrarte a alguna clase de ideal infantil. Pero parezco ser
víctima de mis propios deseos en lo que respecta a ti. —Su expresión se endureció—.
¿Para qué has venido, Alina?
Le respondí con sinceridad.
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