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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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reverencia y se marcharon? No lo sabía. Él ya estaba bajando las escaleras, con los

ojos clavados en mí. El corazón me dio un vuelco, y una única palabra reverberó

claramente en mi cabeza: corre. Estaba loca por haber intentado aquello, por haberlo

buscado. Pero no me moví. No solté la cuerda.

Alguien se acercó a él, y cuando se encontraba a tan solo unos centímetros del

Oscuro, su imagen quedó enfocada: túnica roja de Grisha, y un rostro que no

reconocí. Incluso podía distinguir sus palabras:

—… el asunto de las firmas para…

Entonces, el Oscuro le atajó.

—Después —dijo bruscamente, y el Corporalnik se apresuró a marcharse.

La habitación quedó vacía de sonidos y movimientos, y durante todo el tiempo el

Oscuro mantuvo sus ojos en mí. Cruzó el suelo de parqué. Con cada paso, la madera

pulida quedaba enfocada bajo su bota, y después volvía a desvanecerse.

Tenía la extraña sensación de estar tumbada sobre mi cama en la Catedral Blanca,

y también de estar allí, de pie en aquella habitación, iluminada por la cálida luz del

sol.

Se detuvo frente a mí, y sus ojos examinaron mi rostro. ¿Qué veía ahí? En mis

visiones, había acudido a mí libre de cicatrices. ¿Me veía saludable y completa, con

el pelo marrón y los ojos brillantes? ¿O veía a la chica pálida y gris como un hongo,

maltrecha por nuestra batalla en la capilla, debilitada por la vida bajo tierra?

—Si hubiera sabido que demostrarías ser una alumna tan aventajada… —Su voz

tenía un genuino matiz de admiración, casi de sorpresa. Con horror, descubrí que la

parte de mí que seguía siendo una huérfana patética se complacía por sus halagos—.

¿Por qué has acudido ante mí ahora? —preguntó—. ¿Tanto tiempo te ha costado

recuperarte de nuestra escaramuza?

Si aquello había sido simplemente una escaramuza, entonces estábamos perdidos

de verdad. No, me dije. Había escogido aquella palabra deliberadamente, para

intimidarme.

Ignoré su pregunta y dije:

—No esperaba ningún cumplido.

—¿No?

—Te dejé enterrado bajo una montaña de escombros.

—¿Y si te dijera que respeto tu falta de compasión?

—Me parece que no te creería.

Sus labios se curvaron en una ligerísima sonrisa.

—Una alumna muy aventajada —repitió—. ¿Por qué tendría que desperdiciar mi

ira contigo cuando la culpa es mía? Debería haber esperado otra traición por tu parte,

otro absurdo intento de aferrarte a alguna clase de ideal infantil. Pero parezco ser

víctima de mis propios deseos en lo que respecta a ti. —Su expresión se endureció—.

¿Para qué has venido, Alina?

Le respondí con sinceridad.

www.lectulandia.com - Página 51

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