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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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Me había planteado la posibilidad de matar al Apparat aquel día, había quemado

la carne de Vladim con mi marca. Me había dicho a mí misma que tenía que hacerlo,

pero la chica que una vez fui jamás hubiera considerado siquiera tales cosas. Odiaba

al Oscuro por lo que le había hecho a Baghra y a Genya, pero ¿era yo tan distinta? Y

cuando el tercer amplificador estuviera alrededor de mi muñeca, ¿sería distinta en

absoluto?

Tal vez no, admití, y con esa aceptación sentí un levísimo temblor; una vibración

que recorría la conexión entre nosotros, un eco que respondía al otro lado de una

cuerda invisible.

Me llamó a través del collar de mi cuello y el mordisco en mi hombro,

amplificado por el grillete en mi muñeca, un lazo forjado por el merzost y la oscura

ponzoña de mi sangre. Me has llamado, y yo he respondido. Me sentí atraída hacia

arriba, saliendo de mi interior, apresurándome hacia él. Tal vez era eso lo que Mal

sentía cuando rastreaba; la distante atracción del otro, una presencia que exigía su

atención incluso aunque no pudiera verla ni tocarla.

En un momento estaba flotando en la oscuridad de mis ojos cerrados, y al

siguiente me encontraba de pie en una habitación muy bien iluminada. Todo a mi

alrededor estaba borroso, pero reconocí el lugar de todos modos: me encontraba en la

sala del trono del Gran Palacio. Había gente hablando, pero era como si se

encontraran bajo el agua. Oía ruido, pero no las palabras.

Supe el momento en que el Oscuro me vio. Lo veía totalmente enfocado, a pesar

de que la habitación a su alrededor seguía estando borrosa y neblinosa.

Su autocontrol era tan grande que nadie que se encontrara cerca de él hubiera

notado la rápida expresión de aturdimiento que recorrió sus facciones perfectas. Pero

vi que sus ojos grises se ensanchaban, que su pecho se quedaba inmóvil al contener el

aliento. Sus dedos se aferraron a los brazos de su asiento… no, de su trono. Después

se relajó, y asintió con la cabeza en respuesta a lo que le estaba diciendo la persona

que tenía enfrente.

Yo aguardé, observando. Había luchado por ese trono, había soportado cientos de

años de batalla y servidumbre para reclamarlo. Tenía que admitir que le sentaba bien.

Una mezquina parte de mí esperaba encontrarlo debilitado, que su pelo negro se

hubiera vuelto blanco, como el mío, pero se había recobrado mejor que yo de

cualquier daño que le hubiera podido hacer aquella noche en la capilla.

Cuando el murmullo de la voz de la persona que le suplicaba se cortó, el Oscuro

se puso en pie. El trono se desvaneció con el fondo, y me di cuenta de que las cosas

que había cerca de él eran las que veía con mayor claridad, como si fuera la lente a

través de la cual veía el mundo.

—Lo tendré en consideración —dijo, con la voz fría como un trozo de cristal, tan

familiar—. Ahora, marchaos. —Dio una brusca sacudida con la mano—. Todos

vosotros.

¿Sus lacayos intercambiaron miradas de confusión o simplemente hicieron una

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