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Me había planteado la posibilidad de matar al Apparat aquel día, había quemado
la carne de Vladim con mi marca. Me había dicho a mí misma que tenía que hacerlo,
pero la chica que una vez fui jamás hubiera considerado siquiera tales cosas. Odiaba
al Oscuro por lo que le había hecho a Baghra y a Genya, pero ¿era yo tan distinta? Y
cuando el tercer amplificador estuviera alrededor de mi muñeca, ¿sería distinta en
absoluto?
Tal vez no, admití, y con esa aceptación sentí un levísimo temblor; una vibración
que recorría la conexión entre nosotros, un eco que respondía al otro lado de una
cuerda invisible.
Me llamó a través del collar de mi cuello y el mordisco en mi hombro,
amplificado por el grillete en mi muñeca, un lazo forjado por el merzost y la oscura
ponzoña de mi sangre. Me has llamado, y yo he respondido. Me sentí atraída hacia
arriba, saliendo de mi interior, apresurándome hacia él. Tal vez era eso lo que Mal
sentía cuando rastreaba; la distante atracción del otro, una presencia que exigía su
atención incluso aunque no pudiera verla ni tocarla.
En un momento estaba flotando en la oscuridad de mis ojos cerrados, y al
siguiente me encontraba de pie en una habitación muy bien iluminada. Todo a mi
alrededor estaba borroso, pero reconocí el lugar de todos modos: me encontraba en la
sala del trono del Gran Palacio. Había gente hablando, pero era como si se
encontraran bajo el agua. Oía ruido, pero no las palabras.
Supe el momento en que el Oscuro me vio. Lo veía totalmente enfocado, a pesar
de que la habitación a su alrededor seguía estando borrosa y neblinosa.
Su autocontrol era tan grande que nadie que se encontrara cerca de él hubiera
notado la rápida expresión de aturdimiento que recorrió sus facciones perfectas. Pero
vi que sus ojos grises se ensanchaban, que su pecho se quedaba inmóvil al contener el
aliento. Sus dedos se aferraron a los brazos de su asiento… no, de su trono. Después
se relajó, y asintió con la cabeza en respuesta a lo que le estaba diciendo la persona
que tenía enfrente.
Yo aguardé, observando. Había luchado por ese trono, había soportado cientos de
años de batalla y servidumbre para reclamarlo. Tenía que admitir que le sentaba bien.
Una mezquina parte de mí esperaba encontrarlo debilitado, que su pelo negro se
hubiera vuelto blanco, como el mío, pero se había recobrado mejor que yo de
cualquier daño que le hubiera podido hacer aquella noche en la capilla.
Cuando el murmullo de la voz de la persona que le suplicaba se cortó, el Oscuro
se puso en pie. El trono se desvaneció con el fondo, y me di cuenta de que las cosas
que había cerca de él eran las que veía con mayor claridad, como si fuera la lente a
través de la cual veía el mundo.
—Lo tendré en consideración —dijo, con la voz fría como un trozo de cristal, tan
familiar—. Ahora, marchaos. —Dio una brusca sacudida con la mano—. Todos
vosotros.
¿Sus lacayos intercambiaron miradas de confusión o simplemente hicieron una
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