Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

lisseth021116
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—De acuerdo —dije, avergonzada por el temblor de mi voz—. No me haspreguntado acerca de las sombras.—¿Debería?No pude resistirme. Tal vez solo quería ver cómo iba a reaccionar. Retorcí losdedos, y las sombras se alejaron de las esquinas.Los ojos de Mal siguieron su camino. ¿Qué esperaba ver en él? ¿Miedo? ¿Furia?—¿Puedes hacer más? —preguntó.—No. Es solo algo así como un eco de lo que hice en la capilla.—¿Te refieres a salvar las vidas de todos?Dejé que las sombras cayeran y me pellizqué el puente de la nariz con los dedos,tratando de mantener a raya una oleada de náuseas.—Me refiero a utilizar el merzost. Esto no es poder de verdad. Es solo un truco deferia.—Es algo que le arrebataste —dijo, y me pareció que no estaba imaginando lasatisfacción en su voz—. No voy a decir una palabra, pero no deberías ocultárselo alos demás.Podría preocuparme por eso más tarde.—¿Y si los hombres de Nikolai no están en Ryevost?—¿Crees que puedo rastrear a un pájaro mitológico gigante, pero no puedolocalizar a un príncipe bocazas?—Un príncipe que ha logrado eludir al Oscuro durante meses.Mal me examinó.—Alina, ¿sabes cómo logré dar en el blanco al disparar en el Hervidor?—Si me dices que es porque eres así de bueno, me voy a quitar la bota parapegarte con ella.—Bueno, es que soy así de bueno —dijo con una tenue sonrisa—. Pero le pedí aDavid que metiera un escarabajo en la bolsita.—¿Por qué?—Para poder apuntar con mayor facilidad. Lo único que tuve que hacer fuerastrearlo.Alcé las cejas.—Eso sí que es un truco impresionante.Se encogió de hombros.—Es el único que conozco. Si Nikolai sigue con vida, lo encontraremos. —Hizouna pausa, y después añadió—: No voy a volver a fallarte. —Se giró para marcharse,pero antes de cerrar la puerta, dijo—: Intenta descansar. Si me necesitas, estaré fuera.Me quedé ahí de pie durante un buen rato. Quería decirle que no me había fallado,pero en realidad aquello no era cierto. Le había mentido acerca de las visiones queme atormentaban. Me había apartado cuando más lo necesitaba. Tal vez los dos lehabíamos pedido al otro que renunciara a demasiadas cosas. Fuera justo o no, sentíaque Mal me había dado la espalda, y alguna parte de mí le guardaba rencor por ello.www.lectulandia.com - Página 48

Miré a mi alrededor a la habitación vacía. Había sido desconcertante ver tantagente apretujada allí. ¿Cuánto los conocía realmente? Harshaw y Stigg eran unospocos años mayores que los demás, Grisha que habían ido al Pequeño Palacio cuandooyeron que la Invocadora del Sol había regresado, y para mí eran prácticamenteextraños. Los mellizos pensaban que yo estaba bendecida por el poder divino. Zoyame seguía solo a regañadientes. Sergei se estaba derrumbando, y sabía queprobablemente me culpaba por la muerte de Marie. Tal vez Nadia también lo hiciera.Su luto era más silencioso, pero había sido su mejor amiga.Y Mal. Suponía que habíamos hecho las paces o algo parecido, pero la situaciónno era fácil. O a lo mejor tan solo habíamos aceptado lo que yo sería algún día, quenuestros caminos se separarían inevitablemente. Vas a ser reina algún día, Alina.Sabía que debía tratar al menos de dormir unos minutos, pero mi mente no dejabade dar vueltas. Mi cuerpo palpitaba por el poder que había utilizado, y estaba sedientode más.Eché un vistazo a la puerta, deseando que tuviera cerradura, pues quería probaralgo. Lo había intentado unas pocas veces, y nunca había logrado nada más queacabar con dolor de cabeza. Era peligroso, probablemente estúpido, pero ahora quemi poder había regresado quería volver a probar.Me quité las botas con los pies y me tumbé sobre la estrecha cama. Cerré los ojosy sentí el collar en mi garganta y las escamas en mi muñeca, la presencia de mi poderen mi interior como el latido de mi corazón. Sentí la herida del hombro, la oscuramancha de cicatrices causadas por los nichevo’ya del Oscuro. Había reforzado el lazoentre nosotros, dándole acceso a mi mente mientras el collar le había dado acceso ami poder. En la capilla, yo había utilizado aquella conexión en su contra, y habíaestado a punto de destruirnos a los dos en el proceso. Era insensato volver a probarlo.Sin embargo, me sentía tentada. Si el Oscuro había tenido acceso a ese poder, ¿porqué no debería tenerlo yo? Era una oportunidad de averiguar información, decomprender cómo funcionaba el lazo entre nosotros.No va a funcionar, me aseguré a mí misma. Lo intentarás, fracasarás, y despuéste echarás una siesta.Ralenticé mi respiración y dejé que el poder me invadiera. Pensé en el Oscuro, enlas sombras que podía controlar con mis dedos, en el collar que él me había puesto enel cuello, en el grillete de mi muñeca que me separaba de forma irrevocable decualquier otro Grisha y me ponía irremediablemente en aquel camino.No sucedió nada. Estaba tumbada boca arriba, en una cama de la Catedral Blanca.No había ido a ningún sitio: estaba sola en una habitación vacía. Pestañeé mirando elhúmedo techo. Era mejor así. En el Pequeño Palacio, mi aislamiento casi me habíadestruido, pero eso era porque sentía avidez por algo más, por la sensación depertenecer a un lugar que había estado persiguiendo toda mi vida. Había enterradoesa necesidad en las ruinas de la capilla. Ahora pensaría en alianzas en lugar deafectos, en quién y qué me harían lo bastante fuerte para esta lucha.www.lectulandia.com - Página 49

Miré a mi alrededor a la habitación vacía. Había sido desconcertante ver tanta

gente apretujada allí. ¿Cuánto los conocía realmente? Harshaw y Stigg eran unos

pocos años mayores que los demás, Grisha que habían ido al Pequeño Palacio cuando

oyeron que la Invocadora del Sol había regresado, y para mí eran prácticamente

extraños. Los mellizos pensaban que yo estaba bendecida por el poder divino. Zoya

me seguía solo a regañadientes. Sergei se estaba derrumbando, y sabía que

probablemente me culpaba por la muerte de Marie. Tal vez Nadia también lo hiciera.

Su luto era más silencioso, pero había sido su mejor amiga.

Y Mal. Suponía que habíamos hecho las paces o algo parecido, pero la situación

no era fácil. O a lo mejor tan solo habíamos aceptado lo que yo sería algún día, que

nuestros caminos se separarían inevitablemente. Vas a ser reina algún día, Alina.

Sabía que debía tratar al menos de dormir unos minutos, pero mi mente no dejaba

de dar vueltas. Mi cuerpo palpitaba por el poder que había utilizado, y estaba sediento

de más.

Eché un vistazo a la puerta, deseando que tuviera cerradura, pues quería probar

algo. Lo había intentado unas pocas veces, y nunca había logrado nada más que

acabar con dolor de cabeza. Era peligroso, probablemente estúpido, pero ahora que

mi poder había regresado quería volver a probar.

Me quité las botas con los pies y me tumbé sobre la estrecha cama. Cerré los ojos

y sentí el collar en mi garganta y las escamas en mi muñeca, la presencia de mi poder

en mi interior como el latido de mi corazón. Sentí la herida del hombro, la oscura

mancha de cicatrices causadas por los nichevo’ya del Oscuro. Había reforzado el lazo

entre nosotros, dándole acceso a mi mente mientras el collar le había dado acceso a

mi poder. En la capilla, yo había utilizado aquella conexión en su contra, y había

estado a punto de destruirnos a los dos en el proceso. Era insensato volver a probarlo.

Sin embargo, me sentía tentada. Si el Oscuro había tenido acceso a ese poder, ¿por

qué no debería tenerlo yo? Era una oportunidad de averiguar información, de

comprender cómo funcionaba el lazo entre nosotros.

No va a funcionar, me aseguré a mí misma. Lo intentarás, fracasarás, y después

te echarás una siesta.

Ralenticé mi respiración y dejé que el poder me invadiera. Pensé en el Oscuro, en

las sombras que podía controlar con mis dedos, en el collar que él me había puesto en

el cuello, en el grillete de mi muñeca que me separaba de forma irrevocable de

cualquier otro Grisha y me ponía irremediablemente en aquel camino.

No sucedió nada. Estaba tumbada boca arriba, en una cama de la Catedral Blanca.

No había ido a ningún sitio: estaba sola en una habitación vacía. Pestañeé mirando el

húmedo techo. Era mejor así. En el Pequeño Palacio, mi aislamiento casi me había

destruido, pero eso era porque sentía avidez por algo más, por la sensación de

pertenecer a un lugar que había estado persiguiendo toda mi vida. Había enterrado

esa necesidad en las ruinas de la capilla. Ahora pensaría en alianzas en lugar de

afectos, en quién y qué me harían lo bastante fuerte para esta lucha.

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