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a dar tu bendición a nuestra misión, y vas a seguir las órdenes que te he dado. De lo
contrario, te partiré por la mitad y arrojaré tus restos a la Sombra. ¿Comprendido?
El tragó saliva y asintió con la cabeza.
Necesitaba tiempo para pensar, pero no lo tenía. Debíamos abrir aquellas puertas,
ofrecer a la gente una explicación por los guardias caídos y por la explosión.
—Ocúpate de vuestros muertos —ordené a uno de los guardias—. Los llevaremos
hoy con nosotros. ¿Tienen…? ¿Tienen familia?
—Nosotros somos su familia —dijo Vladim.
Me dirigí a los demás.
—Reunid a los fieles de toda la Catedral Blanca y llevadlos a la caverna principal.
Les hablaré dentro de una hora. Vladim, en cuanto salgamos del Hervidor, libera a los
demás Grisha y condúcelos hasta mi habitación.
El se tocó la marca del pecho en señal de saludo.
—Sankta Alina.
Eché un vistazo al rostro amoratado de Mal.
—Genya, límpialo. Nadia…
—Yo me ocupo —dijo Tamar, que ya estaba limpiando la sangre del labio de
Nadia con un paño que había metido en una olla llena de agua caliente—. Perdona
por el golpe —oí que decía.
Nadia sonrió.
—Tenía que resultar creíble. Además, ya me vengaré.
—Ya veremos —replicó Tamar.
Eché un vistazo a los otros Grisha, con sus keftas hechas jirones. No éramos un
grupo muy impresionante.
—Tolya, Tamar, Mal; vosotros vendréis conmigo y el Apparat. —Bajé la voz
antes de continuar—. Procurad parecer confiados y… regios.
—Tengo una pregunta… —comenzó Zoya.
—Y yo tengo alrededor de un centenar, pero tendrán que esperar. No quiero que
la gente de ahí fuera pierda los nervios.
Miré al Apparat, y sentí la oscura necesidad de humillarlo, de hacer que se
arrastrara delante de mí por esas largas semanas de subyugación bajo tierra. Eran
pensamientos horribles y estúpidos. Puede que me proporcionaran una mezquina
satisfacción, pero ¿cuál sería el coste? Tomé aliento profundamente y dije:
—Quiero que todos los demás se entremezclen con los guardias del sacerdote.
Esto es una señal de alianza.
Nos dispusimos frente a las puertas. El Apparat y yo liderábamos la marcha, y los
guardias del sacerdote y los Grisha nos seguían en formación, con algunos de ellos
transportando los cadáveres de sus hermanos caídos. -—Vladim —dije—, abre las
puertas.
Mientras Vladim se movía para abrir la cerradura, Mal ocupó su lugar junto a mí.
—¿Cómo sabías que iba a ser capaz de invocar? —le pregunté en voz baja.
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