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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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sus ojos.

El Apparat se movió como si fuera a levantarse.

—Quédate donde estás —dije bruscamente, y la ira volvió. Él era la razón por la

que había tenido que marcar a aquel chico. Él era la razón por la que dos hombres

yacían muertos, con su sangre empapando las pieles de cebolla y las peladuras de

zanahoria.

Bajé la mirada hasta él. Sentía la tentación de quitarle la vida, de librarme de él

para siempre, pero aquello sería muy estúpido. Había logrado impresionar a unos

cuantos soldados, pero ¿quién sabía el caos que podría desatar si asesinaba al

Apparat? Pero quieres hacerlo, dijo una vocecita en el interior de mi cabeza. Por los

meses pasados bajo tierra, por el miedo y la intimidación, por cada día sacrificado

bajo la superficie cuando podría haber estado rastreando al pájaro de fuego, buscando

venganza contra el Oscuro.

Debió de leer la intención de mi mirada.

—Sankta Alina, tan solo quería que estuvierais a salvo, que volvierais a estar bien

y completa —dijo con voz temblorosa.

—Entonces considera que tus plegarias han sido respondidas. —Aquella era la

mayor mentira que había dicho nunca. Las últimas palabras que hubiera utilizado

para describirme serían «bien» y «completa»—. Sacerdote —continué—. Ofrecerás

santuario a todos aquellos que lo soliciten, no solo a los que veneren a la Santa del

Sol.

Él sacudió la cabeza.

—La seguridad de la Catedral Blanca…

—Si no es aquí, en otro sitio. Arréglatelas.

Él tomó aliento.

—Por supuesto.

—Y no habrá más niños soldados.

—Si los fieles desean luchar…

—Estás de rodillas —le recordé—. No estamos negociando.

Él apretó los labios, pero después de un momento bajó la barbilla en señal de

asentimiento.

Miré a mi alrededor.

—Todos sois testigos de estos decretos. —Después me giré hacia uno de los

guardias—. Dame tu pistola.

Me la entregó sin perder un instante. Con cierta satisfacción vi que el Apparat

abría mucho los ojos, consternado, pero yo me limité a pasarle el arma a Genya. Tras

eso, pedí un sable para David, aunque sabía que no le serviría de mucho. Zoya y

Nadia estaban listas para invocar, y tanto Mal como los mellizos ya estaban bien

armados.

—Levanta —le ordené al Apparat—. Tengamos paz. Hemos presenciado

milagros este día. —Se puso en pie y, mientras lo abrazaba, le susurré al oído—: Vas

www.lectulandia.com - Página 37

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