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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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—¡Salvadla! —bramó—. ¡Salvadla de los traidores!

Algunos de los guardias parecían confundidos, otros asustados; pero dos de ellos

se lanzaron hacia delante para cumplir su voluntad, y alzaron los sables para atacar a

Nadia y a Zoya.

Afilé mi poder para formar una guadaña reluciente, y sentí la fuerza del Corte

entre mis manos.

Entonces Mal se lanzó delante de mí, y apenas tuve tiempo para retirar mi luz.

Noté una sacudida a causa del poder sin utilizar, y el corazón me dio un vuelco.

Mal había logrado hacerse con una espada, y su hoja resplandeció mientras se la

clavaba a un guardia, y después al otro. Se derrumbaron como árboles.

Otros dos avanzaron, pero Tolya y Tamar estaban ahí para detenerlos. David

corrió junto a Genya, y Nadia y Zoya lanzaron a otro guardia por los aires. Vi que los

guardias más alejados estaban levantando los rifles para abrir fuego.

La ira me invadió, y me esforcé por controlarla. No habrá más, me dije. No habrá

más muertes hoy. Lancé el Corte en un arco llameante, y este destrozó una mesa y

atravesó la tierra delante de los guardias del sacerdote, abriendo una zanja oscura y

ancha en el suelo de la cocina. No había forma de saber lo profunda que era.

Había terror en el rostro del Apparat… terror y lo que bien podía haber sido

admiración. Los guardias cayeron de rodillas, y un segundo más tarde el sacerdote los

imitó. Algunos lloraron y entonaron plegarias. Más allá de las puertas de la cocina, oí

unos puños que golpeaban y unas voces que gimoteaban:

—¡Sankta! ¡Sankta!

Me alegraba que estuvieran gritando por mí, y no por el Apparat. Bajé las manos

y dejé que la luz retrocediera, pero no quería abandonarla. Miré los cuerpos de los

guardias caídos, y vi que uno de ellos tenía serrín en la barba. Había estado a punto

de ser la persona que acabara con su vida.

Invoqué un poco de luz y la mantuve ardiendo en un cálido halo a mi alrededor.

Tenía que ser cauta. El poder me estaba alimentando, pero había pasado demasiado

tiempo sin él. Mi cuerpo debilitado tenía problemas para mantener el ritmo, y no

estaba segura de cuáles eran mis límites. Sin embargo, había pasado meses bajo el

control del Apparat, y no volvería a tener una oportunidad parecida.

Había hombres tirados en el suelo, muertos y sangrando, y una multitud esperaba

tras las puertas del Hervidor. Pude oír la voz de Nikolai en mi cabeza: a la gente le

gusta el espectáculo. Y el espectáculo todavía no había terminado.

Caminé hacia delante, rodeando con cuidado la zanja que había abierto, y me

detuve frente a uno de los guardias arrodillados.

Era más joven que los otros; aún no le había crecido la barba, y tenía los ojos fijos

en el suelo mientras murmuraba plegarias. Capté no solo mi nombre, sino los

nombres de los verdaderos Santos, todos unidos como si fueran una sola palabra. Le

toqué un hombro con la mano y él cerró los ojos, con las mejillas llenas de lágrimas.

—Perdonadme —dijo—. Perdonadme.

www.lectulandia.com - Página 35

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