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—Se os escoltará a vuestras cámaras para que podáis pasar el día en soledad —
dijo—. Pensaréis en lo que ha sucedido, y recobraréis el buen juicio. Esta noche
rezaremos juntos en busca de ayuda.
¿Por qué sospechaba que con «ayuda» se refería a la localización del pájaro de
fuego, y posiblemente cualquier información que tuviera sobre Nikolai Lantsov?
—¿Y si me niego? —pregunté, examinando a los guardias del sacerdote—.
¿Emplearán tus soldados las armas en contra de su Santa?
—Permaneceréis intacta y protegida, Sankta Alina —replicó el Apparat—. Pero
no puedo otorgar la misma gentileza a aquellos que llamáis vuestros amigos.
Más amenazas. Miré los rostros de los guardias, sus ojos fervientes. Asesinarían a
Mal, matarían a Genya y me encerrarían en mis aposentos, y para ellos sería un honor
hacerlo.
Di un pasito hacia atrás, a sabiendas de que el Apparat lo interpretaría como una
muestra de debilidad.
—¿Sabes por qué vengo aquí, sacerdote?
Él agitó la mano en actitud desdeñosa, mostrando su impaciencia.
—Os recuerda a vuestro hogar.
Mis ojos se encontraron brevemente con los de Mal.
—Deberías saberlo ya —dije—. Un huérfano no tiene hogar.
Retorcí los dedos en el interior de mis mangas, y las sombras treparon por los
muros del Hervidor. No eran gran cosa como distracción, pero sí lo suficiente.
Los guardias del sacerdote quedaron sobresaltados, agitando salvajemente los
rifles, mientras los Grisha que tenían cautivos retrocedieron, aturdidos. Mal no dudó.
—¡Ahora! —gritó. Se lanzó hacia delante y le arrebató el polvo explosivo al
Apparat de entre las manos.
Tolya extendió los brazos y dos de los guardias del sacerdote se desplomaron
aferrándose el pecho. Nadia y Zoya levantaron las manos, y Tamar giró para cortar
sus ataduras con las hachas. Ambas Vendavales alzaron los brazos, y el viento
recorrió la habitación, levantando el serrín del suelo.
—¡Atrapadlos! —chilló el Apparat, y los guardias entraron en acción.
Mal arrojó la bolsita de polvo por los aires y Nadia y Zoya la hicieron volar hacia
arriba, en dirección a la chimenea principal.
Mal se estampó contra uno de sus guardias. Las costillas rotas debían de haber
sido una farsa, porque no había duda alguna en sus movimientos. Un puñetazo, un
codazo. El guardia del sacerdote cayó al suelo. Mal le arrebató la pistola y apuntó
hacia arriba, en dirección a la chimenea, en la oscuridad.
¿Aquel era el plan? Nadie sería capaz de acertar ese tiro. Otro guardia se lanzó
contra Mal, y él giró para ponerse fuera de su alcance y disparó.
Durante un instante hubo un silencio sordo, y después, muy por encima de
nosotros, lo escuché: un estallido ahogado.
Un fuerte rugido bajó hasta nosotros, y una nube de hollín y escombros cayeron
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