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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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bañados en miel, montones de dulces de nueces, guantes forrados de visón, y botas de

cuero suave. Se quedaban despiertos hasta tarde, mucho después de que los niños se

fueran a la cama, hablando y riendo, contando historias, comiendo ciruelas en

escabeche y tostando salchichas de cordero en el fuego.

El primer invierno, cuando llegó la hora de que sus amigos se marcharan, la chica

salió a la nieve para decir adiós, y la impresionante Vendaval de pelo negro le dio

otro regalo.

—Una kefta azul —dijo la profesora de matemáticas, negando con la cabeza—.

¿Para qué la querrá?

—A lo mejor conocía a un Grisha que murió —replicó la cocinera, fijándose en

las lágrimas que llenaban los ojos de la chica. No vieron la nota que decía: Siempre

serás una de nosotros.

Tanto el chico como la chica habían conocido la pérdida, y su dolor no los

abandonaba. A veces él la encontraba de pie junto a una ventana, jugando con los

dedos con los rayos de luz que se colaban por el cristal, o sentada frente a los

escalones delanteros del orfanato, mirando el tocón del roble que había junto al

camino. Entonces acudía a ella, la abrazaba y la conducía hasta las orillas del

estanque de Trivka, donde los insectos zumbaban y la hierba crecía alta y dulce,

donde podrían olvidar las viejas heridas.

Ella también veía tristeza en el chico. Aunque el bosque seguía dándole la

bienvenida, ahora estaba separado de él, y el vínculo que había en sus huesos desde

que nació se había quemado en el mismo momento en que había entregado su vida

por la chica.

Pero aquellos momentos pasaban, y los profesores los veían riéndose en un

pasillo en penumbra, o besándose junto a las escaleras. Además, la mayoría de los

días eran demasiado ajetreados como para llorar. Había clases a las que enseñar,

comidas que preparar y cartas que escribir. Cuando caía la tarde, el chico le llevaba a

la chica un poco de té y un pedazo de tarta de limón, con un pétalo de manzano

flotando en la taza azul. Le besaba el cuello y le susurraba nuevos nombres al oído:

preciosa, querida, amada, mi corazón.

Tuvieron una vida corriente, llena de cosas corrientes… si es que puede llamarse

así al amor.

www.lectulandia.com - Página 250

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