Ruina y ascenso - Leigh Bardugo
—Y tú. Creo recordar cierta historia sobre los dedos de un capitán fjerdano y unperro hambriento.—Avísame la próxima vez que me estés prestando atención. Hablaré menos.—Y ahora me lo dices.Una débil sonrisa tiró de sus labios. A continuación frunció el ceño.—Debería advertirte… El Apparat vendrá aquí esta noche.Me senté más recta.—¿Has perdonado al sacerdote?—Tenía que hacerlo. Necesito su apoyo.—¿Le ofrecerás un lugar en la corte?—Estamos negociando —admitió amargamente.Podía darle toda la información que tenía sobre el Apparat, pero sospechaba quelo que más ayudaría sería la localización de la Catedral Blanca. Por desgracia, Malera el único que podría haber sido capaz de llevarnos de vuelta hasta allí, y ni siquieraestaba segura de que eso fuera ya una posibilidad.Nikolai hizo girar perezosamente la botella de kvas.—No es demasiado tarde —dijo—. Podrías quedarte. Podrías volver conmigo alGran Palacio.—¿Y hacer qué?—¿Enseñar, ayudarme a reconstruir el Segundo Ejército, descansar junto al lago?A eso era a lo que se refería Tolya. Esperaba que regresara a Os Alta, pero dolíapensar en ello siquiera.Negué con la cabeza.—No soy Grisha, y desde luego no soy noble. Mi lugar no está en la corte.—Podrías quedarte conmigo —sugirió en voz baja, y volvió a girar la botella—.Todavía necesito una Reina.Me levanté de la silla y aparté su pie a un lado, colocándolo sobre el taburete paramirarlo a los ojos.—Ya no soy la Invocadora del Sol, Nikolai. Ni siquiera soy Alina Starkov. Noquiero regresar a la corte.—Pero tú entiendes esta… cosa.Se dio un golpecito en el pecho.Lo entendía. Merzost. Oscuridad. Podías odiarla y anhelarla al mismo tiempo.—Tan solo sería una carga para ti. El poder está en la alianza —le recordé.—Me encanta cuando me citas. —Suspiró—. Si no fuera tan endiabladamentesabio…Me metí la mano en el bolsillo y dejé la esmeralda Lantsov sobre su rodilla.Genya me la había devuelto al marcharnos de Tomikyana. La recogió y la hizo girar.La piedra emitía destellos verdes a la luz del fuego.—¿Una princesa shu entonces? ¿Una fjerdana de pecho abundante? ¿La hija deun magnate kerch? —Me tendió el anillo—. Quédatelo.www.lectulandia.com - Página 244
Lo miré fijamente.—¿Cuánto kvas has bebido?—Nada. Quédatelo. Por favor.—Nikolai, no puedo.—Te lo debo, Alina. Ravka te lo debe. Esto y más. Haz buenas obras, o encargaque te construyan una ópera, o simplemente sácala y mírala con anhelo cada vez querecuerdes al apuesto príncipe que podría haber sido tuyo. Que conste que prefiero laúltima opción, preferentemente unida a lágrimas copiosas y poesías melodramáticas.—Me reí. El me tomó la mano y me puso el anillo en la palma—. Quédatelo yconstruye algo nuevo.Le di vueltas en la mano.—Me lo pensaré.Puso los ojos en blanco.—¿A qué se debe tu aversión a la palabra sí?Noté las lágrimas que se acumulaban en mis ojos y tuve que pestañear parahacerlas desaparecer.—Gracias.Se reclinó en su asiento.—Éramos amigos, ¿verdad? No solo aliados.—No seas idiota, Nikolai. Somos amigos. —Le di un fuerte golpe en la rodilla—.Ahora, tú y yo vamos a decidir unas cuantas cosas sobre el Segundo Ejército. Ydespués vamos a verme arder.De camino a los puertos secos, me escabullí para buscar a Genya. Ella y Davidestaban enclaustrados en una tienda de Hacedores en el lado este del campamento.Cuando le entregué la carta sellada marcada con el águila doble de Ravka, lachica hizo una pausa y la sostuvo con cautela, como si tocar el pesado papel fuerapeligroso.Recorrió el sello de cera con el pulgar, con los dedos temblándole ligeramente.—Es una absolución.La abrió de golpe y la apretó contra su pecho.David no levantó la mirada de su mesa de trabajo cuando habló.—¿Vamos a ir a prisión?—Todavía no —replicó ella, y se secó una lágrima—. Gracias. —A continuaciónfrunció el ceño cuando le entregué la segunda carta—. ¿Qué es esto?—Una oferta de trabajo. —Había necesitado convencerlo, pero al final Nikolaihabía visto lógicas mis sugerencias. Me aclaré la garganta—. Ravka todavía necesitaa sus Grisha, y los Grisha todavía necesitan un puerto seguro en el mundo. Quieroque lideres el Segundo Ejército, junto a David. Y a Zoya.—¿Zoya? ¿Me estás castigando?—Es poderosa, y creo que tiene madera para ser una buena líder. O quizáconvierta tu vida en una pesadilla. Posiblemente las dos cosas.www.lectulandia.com - Página 245
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—Y tú. Creo recordar cierta historia sobre los dedos de un capitán fjerdano y un
perro hambriento.
—Avísame la próxima vez que me estés prestando atención. Hablaré menos.
—Y ahora me lo dices.
Una débil sonrisa tiró de sus labios. A continuación frunció el ceño.
—Debería advertirte… El Apparat vendrá aquí esta noche.
Me senté más recta.
—¿Has perdonado al sacerdote?
—Tenía que hacerlo. Necesito su apoyo.
—¿Le ofrecerás un lugar en la corte?
—Estamos negociando —admitió amargamente.
Podía darle toda la información que tenía sobre el Apparat, pero sospechaba que
lo que más ayudaría sería la localización de la Catedral Blanca. Por desgracia, Mal
era el único que podría haber sido capaz de llevarnos de vuelta hasta allí, y ni siquiera
estaba segura de que eso fuera ya una posibilidad.
Nikolai hizo girar perezosamente la botella de kvas.
—No es demasiado tarde —dijo—. Podrías quedarte. Podrías volver conmigo al
Gran Palacio.
—¿Y hacer qué?
—¿Enseñar, ayudarme a reconstruir el Segundo Ejército, descansar junto al lago?
A eso era a lo que se refería Tolya. Esperaba que regresara a Os Alta, pero dolía
pensar en ello siquiera.
Negué con la cabeza.
—No soy Grisha, y desde luego no soy noble. Mi lugar no está en la corte.
—Podrías quedarte conmigo —sugirió en voz baja, y volvió a girar la botella—.
Todavía necesito una Reina.
Me levanté de la silla y aparté su pie a un lado, colocándolo sobre el taburete para
mirarlo a los ojos.
—Ya no soy la Invocadora del Sol, Nikolai. Ni siquiera soy Alina Starkov. No
quiero regresar a la corte.
—Pero tú entiendes esta… cosa.
Se dio un golpecito en el pecho.
Lo entendía. Merzost. Oscuridad. Podías odiarla y anhelarla al mismo tiempo.
—Tan solo sería una carga para ti. El poder está en la alianza —le recordé.
—Me encanta cuando me citas. —Suspiró—. Si no fuera tan endiabladamente
sabio…
Me metí la mano en el bolsillo y dejé la esmeralda Lantsov sobre su rodilla.
Genya me la había devuelto al marcharnos de Tomikyana. La recogió y la hizo girar.
La piedra emitía destellos verdes a la luz del fuego.
—¿Una princesa shu entonces? ¿Una fjerdana de pecho abundante? ¿La hija de
un magnate kerch? —Me tendió el anillo—. Quédatelo.
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