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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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noticias que venían de Os Alta seguían siendo un revoltijo, y todavía no habíamos

oído nada acerca de la madre de Misha. Sabía que debía de estar esperanzado, pero

no había dicho una palabra al respecto, tan solo había jurado solemnemente vigilar a

Mal en mi ausencia.

—Léele parábolas religiosas —le susurré a Misha—. Le encantan.

Apenas logré esquivar la almohada que me lanzó Mal desde el otro lado de la

habitación.

No fui directamente al barracón real, sino que tomé una ruta que me llevaba más allá

de donde se había alzado una vez el pabellón de seda del Oscuro. Había supuesto que

lo reconstruiría, pero el campo estaba vacío, y cuando llegué a los aposentos de los

Lantsov enseguida comprendí por qué: el Oscuro había establecido allí su residencia.

Había colgado estandartes negros de las ventanas y el águila doble tallada encima de

las puertas había quedado reemplazada por un sol eclipsado. Ahora los trabajadores

estaban bajando las sedas negras para sustituirlas con el azul y el dorado de Ravka.

Habían puesto un toldo para recoger el yeso mientras un soldado golpeaba con un

martillo enorme el símbolo de piedra de encima de la puerta, convirtiéndolo en polvo.

Se alzaron vítores desde la multitud, pero yo no podía compartir su entusiasmo. A

pesar de todos sus crímenes, el Oscuro había amado Ravka, y había querido que su

amor fuera correspondido.

Encontré a un guardia cerca de la entrada y le pregunté por Tamar Kir-Bataar. Él

me miró por encima de la nariz, viendo solo a una campesina flacucha, y por un

momento oí al Oscuro diciendo «ahora no eres nada». La chica que había sido una

vez lo habría creído, pero la chica en la que me había convertido no estaba de humor.

—¿A qué estás esperando exactamente? —dije con brusquedad. El soldado

pestañeó y se apresuró a obedecer, y unos pocos minutos después Tamar y Tolya

estaban bajando las escaleras al trote.

Tolya me envolvió con sus enormes brazos.

—Nuestra hermana —le explicó al guardia curioso.

—¿Nuestra hermana? —siseó Tamar mientras entrábamos en el barracón real—.

No se parece en nada a nosotros. Recuérdame que nunca te deje ir a misiones de

inteligencia.

—Tengo mejores cosas que hacer que intercambiar susurros —replicó él

dignamente—. Además, sí que es nuestra hermana.

Me tragué el nudo que notaba en la garganta antes de hablar.

—¿He venido en un mal momento?

Tamar negó con la cabeza.

—Nikolai ha terminado pronto con las reuniones para que la gente pudiera asistir

a…

Dejó la frase inconclusa, y yo asentí con la cabeza.

www.lectulandia.com - Página 241

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