Ruina y ascenso - Leigh Bardugo
vida humana, el poder que había reverberado en los huesos de Mal. Su sangre estabaimpregnada de él, y ese trozo robado de la creación era lo que lo convertía en unrastreador tan extraordinario. Lo había atado a todo lo que vivía. Los similares seatraen.Y ahora ya no estaba. La vida robada por Morozova y entregada a su hija habíallegado a su fin. La vida con la que Mal había nacido, frágil, mortal y temporal, erasolo suya. Pérdida. Ese era el precio que había exigido el mundo para lograr unequilibrio. Pero Morozova no podía saber que la persona que descifraría los secretosde sus amplificadores no sería algún antiguo Grisha que hubiera vivido mil años y sehubiera cansado de su poder. No podía saber que todo dependería de dos huérfanos deKeramzin.Mal me tomó la mano, enroscó los dedos con los míos, y se la llevó al pecho.—¿Crees que podrías ser feliz? —preguntó—. ¿Con un rastreador consumido?Sonreí ante sus palabras. El arrogante Mal. Encantador, valiente y peligroso. ¿Eraduda lo que oía en su voz? Lo besé con suavidad.—Si tú puedes ser feliz con alguien que te ha clavado un cuchillo en el pecho.—Yo te ayudé. Y te dije que podía soportar tu mal humor.No sabía lo que sucedería a continuación, ni quién se suponía que era. No teníanada, ni siquiera la ropa prestada que llevaba. Y aun así, estando ahí tumbada me dicuenta de que no me sentía asustada. Después de todo lo que había superado, no mequedaba ningún miedo. Sí había tristeza, gratitud, quizás incluso esperanza, pero eldolor y los desafíos se habían comido el miedo. La Santa ya no estaba. La Invocadoratampoco. Volvía a ser simplemente una chica, pero esa chica no le debía su fuerza aldestino, a las casualidades o a un designio mayor. Había nacido con mi poder, pero elresto me lo había ganado.—Mal, tendrás que tener cuidado. La historia de los amplificadores podríafiltrarse. La gente podría pensar que todavía tienes poder.Negó con la cabeza.—Malyen Oretsev murió contigo —dijo, y sus palabras se parecían tanto a mispensamientos que se me erizó el vello de los brazos—. Esa vida ha terminado. Quizásseré más listo en la próxima.Resoplé.—Ya veremos. Vamos a tener que elegir nombres nuevos, ya sabes.—Misha ya está haciendo una lista de sugerencias.—Por todos los Santos.—No tienes motivos para quejarte. Al parecer el mío será Dmitri Dumkin.—Te pega.—Tengo que advertirte de que estoy llevando la cuenta de todos tus insultos parapoder recompensarte cuando esté curado.—Cuidado con las amenazas, Dumkin. A lo mejor le cuento al Apparat lo de tumilagrosa recuperación, y te convertirá en un Santo a ti también.www.lectulandia.com - Página 238
—Puede intentarlo —dijo—. No tengo intención de desperdiciar mis días enbúsquedas sagradas.—¿No?—No —afirmó mientras me acercaba más a él—. Tengo que pasar el resto de mivida buscando formas de merecer a cierta chica de pelo blanco. Es muy quisquillosa,y a veces me mete excrementos de ganso en los zapatos o trata de matarme.—Parece agotador —logré decir mientras sus labios se encontraban con los míos.—Pero vale la pena. Y a lo mejor algún día me deja llevarla hasta una capilla.Me estremecí.—No me gustan las capillas.—Le dije a Ana Kuya que me casaría contigo.Reí.—¿Lo recuerdas?—Alina —dijo, y me besó la cicatriz de la palma—, lo recuerdo todo.Era el momento de dejar atrás Tomikyana. Tan solo habíamos tenido una noche pararecuperarnos, pero las noticias de la destrucción de la Sombra se estaban extendiendocon rapidez, y los dueños de la granja podrían regresar pronto. Y aunque ya no fuerala Invocadora del Sol, todavía tenía cosas que hacer antes de poder enterrar a SanktaAlina para siempre.Genya nos llevó ropa limpia. Mal fue cojeando hasta detrás de las prensas desidra para cambiarse, mientras ella me ayudaba a ponerme una blusa sencilla con unsarafan encima. Eran ropas de campesina, ni siquiera militares.Una vez me había tejido oro en el pelo en el Pequeño Palacio, pero ahoranecesitaba un cambio más radical. Utilizó un trozo de hematita y un puñado deplumas brillantes de gallo para alterar temporalmente el distintivo color blanco de mipelo, y después me ató un pañuelo alrededor de la cabeza por si acaso.Mal regresó vestido con una blusa, pantalones y un abrigo sencillo. Tenía ungorro negro de lana con una pequeña visera. Genya arrugó la nariz.—Pareces un granjero.—He estado peor. —Me miró—. ¿Eres pelirroja?—Temporalmente.—Y le sienta casi bien —añadió Genya, y sonrió desde el granero. Los efectos sedesvanecerían en unos pocos días sin su ayuda.Genya y David viajarían por separado para asistir a una reunión Grisha en elcampamento militar de Kribirsk. Le habían ofrecido a Misha ir con ellos, pero élhabía preferido ir con Mal y conmigo. Decía que tenía que cuidarnos. Nosaseguramos de que su sol dorado estuviera bien escondido y de que tuviera losbolsillos llenos de queso para Oncat, y después nos dirigimos hacia la arena gris de loque una vez había sido la Sombra.www.lectulandia.com - Página 239
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vida humana, el poder que había reverberado en los huesos de Mal. Su sangre estaba
impregnada de él, y ese trozo robado de la creación era lo que lo convertía en un
rastreador tan extraordinario. Lo había atado a todo lo que vivía. Los similares se
atraen.
Y ahora ya no estaba. La vida robada por Morozova y entregada a su hija había
llegado a su fin. La vida con la que Mal había nacido, frágil, mortal y temporal, era
solo suya. Pérdida. Ese era el precio que había exigido el mundo para lograr un
equilibrio. Pero Morozova no podía saber que la persona que descifraría los secretos
de sus amplificadores no sería algún antiguo Grisha que hubiera vivido mil años y se
hubiera cansado de su poder. No podía saber que todo dependería de dos huérfanos de
Keramzin.
Mal me tomó la mano, enroscó los dedos con los míos, y se la llevó al pecho.
—¿Crees que podrías ser feliz? —preguntó—. ¿Con un rastreador consumido?
Sonreí ante sus palabras. El arrogante Mal. Encantador, valiente y peligroso. ¿Era
duda lo que oía en su voz? Lo besé con suavidad.
—Si tú puedes ser feliz con alguien que te ha clavado un cuchillo en el pecho.
—Yo te ayudé. Y te dije que podía soportar tu mal humor.
No sabía lo que sucedería a continuación, ni quién se suponía que era. No tenía
nada, ni siquiera la ropa prestada que llevaba. Y aun así, estando ahí tumbada me di
cuenta de que no me sentía asustada. Después de todo lo que había superado, no me
quedaba ningún miedo. Sí había tristeza, gratitud, quizás incluso esperanza, pero el
dolor y los desafíos se habían comido el miedo. La Santa ya no estaba. La Invocadora
tampoco. Volvía a ser simplemente una chica, pero esa chica no le debía su fuerza al
destino, a las casualidades o a un designio mayor. Había nacido con mi poder, pero el
resto me lo había ganado.
—Mal, tendrás que tener cuidado. La historia de los amplificadores podría
filtrarse. La gente podría pensar que todavía tienes poder.
Negó con la cabeza.
—Malyen Oretsev murió contigo —dijo, y sus palabras se parecían tanto a mis
pensamientos que se me erizó el vello de los brazos—. Esa vida ha terminado. Quizás
seré más listo en la próxima.
Resoplé.
—Ya veremos. Vamos a tener que elegir nombres nuevos, ya sabes.
—Misha ya está haciendo una lista de sugerencias.
—Por todos los Santos.
—No tienes motivos para quejarte. Al parecer el mío será Dmitri Dumkin.
—Te pega.
—Tengo que advertirte de que estoy llevando la cuenta de todos tus insultos para
poder recompensarte cuando esté curado.
—Cuidado con las amenazas, Dumkin. A lo mejor le cuento al Apparat lo de tu
milagrosa recuperación, y te convertirá en un Santo a ti también.
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