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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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miembro fantasma.

Dormité en el colchón que habían llevado hasta el granero y, cuando desperté,

Mal se encontraba tumbado de costado, observándome. Estaba pálido, y sus ojos

azules casi parecían demasiado brillantes. Extendí el brazo y recorrí la cicatriz que

atravesaba su mandíbula, la que se había hecho en Fjerda cuando estaba dando caza

al ciervo.

—¿Qué viste? —pregunté—. ¿Cuando…?

—¿Cuando morí? —Le di un suave empujón, y él hizo una mueca de dolor—. Vi

a Ilya Morozova sentado en un unicornio, tocando una balalaika.

—Qué gracioso.

Se recostó y se pasó el brazo con cuidado por debajo de la cabeza.

—No vi nada. Lo único que recuerdo es el dolor. Parecía como si el cuchillo

estuviera en llamas, como si me estuviera arrancando el corazón del pecho. Y

después, nada. Solo oscuridad.

—Moriste —respondí con un estremecimiento—. Y entonces mi poder…

Se me rompió la voz.

Él extendió el brazo, y yo apoyé la cabeza en su hombro, con cuidado de no

mover las vendas de su pecho.

—Lo siento —dijo—. Hubo momentos… Hubo momentos en los que deseé que

tu poder desapareciera. Pero jamás deseé esto.

—Me alegra estar viva —le aseguré—. La Sombra ya no está. Tú estás a salvo.

Es solo que… duele.

Me sentía ruin. Harshaw había muerto, y también la mitad de los Soldat Sol,

incluida Ruby. Y también estaban los demás: Sergei, Marie, Peja, Fedyor, Botkin.

Baghra. Demasiada gente perdida en esta guerra. La lista continuaba y continuaba.

—La pérdida es la pérdida —señaló Mal—. Tienes derecho a sentirte afligida.

Miré las vigas de madera del granero. Incluso las volutas de oscuridad que había

invocado me habían abandonado. Aquel poder pertenecía al Oscuro, y había dejado

este mundo con él.

—Me siento vacía.

Mal permaneció en silencio durante un largo momento antes de hablar.

—Yo también. —Me incorporé sobre un codo, y vi que tenía la mirada perdida—.

No lo sabré hasta que intente rastrear, pero me siento diferente. Antes simplemente

sabía las cosas. Incluso aquí tumbado, podría haber sentido a los ciervos en el campo,

a un pájaro sobre una rama, quizás a un ratón royendo la pared. Nunca pensaba en

ello, pero ahora hay una especie de… silencio.

Pérdida. Me preguntaba cómo habrían conseguido Tolya y Tamar resucitar a Mal.

Estaba dispuesta a llamarlo simplemente un milagro, pero me parecía que ya lo

entendía. Mal había tenido dos vidas, pero solo una de ellas era suya por derecho. La

otra era robada, un legado nacido del merzost, arrebatada a la creación en el corazón

del mundo. Era la fuerza que había animado a la hija de Morozova cuando perdió su

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