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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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portuarios, y había estallado el caos cuando la luz comenzó a manar de cada

otkazat’sya cercano.

Mientras la Sombra comenzaba a desintegrarse, se habían atrevido a cruzar sus

orillas para unirse a la destrucción. Algunos de ellos habían tomado armas y

comenzado a cazar a los volcra, arrinconándolos en los restos que quedaban de la

Sombra para matarlos. Se decía que algunos de los monstruos habían escapado,

enfrentándose a la luz para buscar sombras profundas en alguna otra parte. Ahora,

entre los trabajadores portuarios, los Soldat Sol y los oprichniki que no habían huido,

todo lo que quedaba del Nocéano eran unas volutas negras que flotaban en el aire o se

arrastraban por el suelo, como criaturas perdidas separadas de la manada.

Cuando los rumores de la muerte del Oscuro llegaron a Kribirsk, el campamento

militar se hundió en el caos, y entonces llegó Nikolai Lantsov. Se instaló en los

aposentos reales, comenzó a reunir a capitanes del Primer Ejército y comandantes

Grisha, y simplemente empezó a dar órdenes. Había movilizado a todas las unidades

restantes del ejército para asegurar las fronteras, envió mensajes a la costa para reunir

la flota de Sturmhond, y al parecer lo logró todo sin dormir y con dos costillas

fracturadas. Nadie más hubiera tenido tanta habilidad, y mucho menos tanto valor, y

desde luego no un hijo menor que se rumoreaba bastardo. Pero Nikolai había estado

entrenándose para eso toda su vida, y yo sabía que tenía un don para lo imposible.

—¿Cómo está? —le pregunté a Tamar.

Hizo una pausa antes de responder.

—Parece embrujado. Hay algo diferente en él, aunque no sé si alguien más se

dará cuenta.

—Quizás —intervino Zoya—. Pero nunca había visto nada igual. Si se vuelve

más encantador, hombres y mujeres empezarán a tirarse en la calle esperando el

privilegio de que los pise el nuevo Rey de Ravka. ¿Cómo te resististe a él?

—Buena pregunta —murmuró Mal junto a mí.

—Resulta que me dan igual las esmeraldas —dije.

Zoya puso los ojos en blanco.

—Y la sangre real, el carisma cegador, una tremenda riqueza…

—Ya puedes parar —señaló Mal.

Apoyé la cabeza contra su hombro.

—Esas cosas están muy bien, pero mi verdadera pasión son las causas perdidas.

O en realidad solo una. Beznako. Mi causa perdida, que ya había vuelto a

encontrar.

—Estoy rodeada de idiotas —dijo Zoya, pero estaba sonriendo.

Antes de que Tamar y Zoya regresaran al edificio principal, Tamar comprobó

nuestras heridas. Mal se encontraba débil, pero con lo que había pasado era de

esperar. Tamar había curado la herida de bala de mi hombro y, aparte de andar un

poco temblorosa y dolorida, me sentía como nueva. Al menos eso fue lo que les dije.

Podía sentir el dolor de la ausencia en el lugar donde había estado mi poder, como un

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