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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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Era demasiado. El odio, el dolor y el sufrimiento me abrumaban. Si hubiera

recuperado mi poder, aunque solo fuera durante un segundo, podría haber quemado el

mundo hasta reducirlo a cenizas.

Entonces lo vi. Una luz en la distancia, una hoja reluciente que atravesaba la

oscuridad. Antes de que pudiera comprenderlo, otra luz apareció, un punto brillante

que se convirtió en dos rayos anchos, alzándose salvajemente sobre mí.

Un torrente de luz explotó en la oscuridad a un par de metros de mí. Mientras mis

ojos se ajustaban vi a Vladim, con la boca abierta por el aturdimiento y la confusión

mientras la luz brotaba de sus palmas.

Giré la cabeza y los vi cobrar vida uno por uno a lo largo de la Sombra, como

estrellas apareciendo en el cielo del crepúsculo, Soldat Sol y oprichniki, con las

armas olvidadas y los rostros confusos, impresionados y aterrorizados, y bañados de

luz. Las palabras del Oscuro acudieron a mí, palabras que había pronunciado en un

barco que recorría las aguas heladas del Paso de los Huesos. Morozova era un

hombre extraño. Era un poco como tú, se sentía atraído por la gente corriente y

débil.

Había tenido una mujer otkazat’sya.

Casi había perdido a una hija otkazat’sya.

Había pensado que estaba solo en el mundo, solo con su poder.

Ahora lo comprendía. Veía lo que había hecho. Aquel era el don de los tres

amplificadores: el poder multiplicado mil veces, pero no en una sola persona.

¿Cuántos nuevos Invocadores acababa de crear? ¿Hasta dónde alcanzaba el poder de

Morozova?

Los arcos y cascadas de luz brotaron a mi alrededor, un jardín resplandeciente que

crecía en aquella noche antinatural. Los rayos se encontraron, y cuando se cruzaban,

la oscuridad se quemaba.

Los chillidos de los volcra estallaron a mi alrededor mientras la Sombra

comenzaba a desvanecerse. Era un milagro.

Y no me importaba. Los Santos podían quedarse con sus milagros. Los Grisha

podían quedarse con sus largas vidas y sus lecciones. Mal estaba muerto.

—¿Cómo?

Levanté la mirada. El Oscuro estaba ante nosotros, aturdido, contemplando la

visión imposible de la Sombra derrumbándose a nuestro alrededor.

—No puede ser. No sin el pájaro de fuego. El tercer… —Se detuvo en seco

cuando sus ojos se fijaron en el cuerpo de Mal, en la sangre de mis manos—. No

puede ser —repitió. Incluso entonces, mientras el mundo que conocíamos se rehacía

en estallidos y destellos de luz, no podía comprender lo que era realmente Mal. No lo

haría—. ¿Qué clase de poder es este? —gritó.

Caminó hacia nosotros, con las sombras arremolinándose en sus palmas, y sus

criaturas revoloteando a su alrededor.

Los mellizos sacaron las armas. Sin pensar, alcé los brazos y traté de alcanzar la

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