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Gruñí mientras la bota del Oscuro me aplastaba los huesos del brazo.
—¿Dónde están los estudiantes? —pregunté entre dientes.
—No están aquí.
—¿Qué les has hecho?
—Están sanos y salvos en Kribirsk. Probablemente estarán comiendo. —Sus
nichevo’ya volaban en círculo a nuestro alrededor, formando una cúpula protectora
perfecta que cambiaba y se retorcía, llena de alas, garras y manos—. Sabía que la
amenaza sería suficiente. ¿De verdad pensabas que pondría en peligro a los niños
Grisha cuando ya hemos perdido tantos?
—Pensaba que…
Pensaba que era capaz de todo. Me di cuenta de que quería que creyera cuando
me había enseñado los cadáveres de Botkin y Ana Kuya. Quería que creyera en su
crueldad.
Entonces recordé que sus palabras de hacía tanto tiempo: Conviérteme en tu
villano.
—Sé lo que pensabas, lo que siempre has pensado de mí. Es mucho más fácil así,
¿verdad? Hincharte con tu propia honradez.
—Yo no inventé tus crímenes.
Aquello no había acabado todavía. Lo único que necesitaba era alcanzar el
pedernal que tenía en la manga. Lo único que necesitaba era alcanzar el pedernal que
tenía en la manga. Lo único que necesitaba era una chispa. Tal vez no nos matara a
ninguno de los dos, pero el dolor sería infernal, y podría ganar algo de tiempo para
los demás.
—¿Dónde está el chico? Tengo a mi Invocadora, y también quiero a mi
rastreador.
Mal seguía siendo solo un rastreador para él, gracias a los Santos. Doblé la mano
buena en el interior de la manga y rocé el borde del pedernal.
—No voy a permitir que lo utilices —dije—. Ni como señuelo, ni como nada.
—Estás tirada en el suelo, con tus fieles muriendo a tu alrededor, y aun así
permaneces desafiante.
Me puse en pie, y dos nichevo’ya se apresuraron a sujetarme mientras el pedernal
quedaba fuera de mi alcance. El Oscuro apartó a un lado la tela de mi abrigo, y sus
manos se deslizaron por mi cuerpo. El corazón me dio un vuelco mientras sus dedos
se cerraban sobre el primer paquete de polvos explosivos. Me lo sacó del bolsillo, y
después encontró el segundo con rapidez. Suspiró.
—Puedo sentir tus intenciones tanto como tú sientes las mías, Alina. Tu inútil
resolución, tu determinación de mártir. Ahora las reconozco.
El vínculo. Entonces se me ocurrió una idea. Había muy pocas posibilidades, pero
me arriesgaría.
El Oscuro lanzó los paquetes de polvos explosivos a un nichevo’ya que se alejó
con ellos hacia la oscuridad. Me observó con sus fríos ojos grises mientras
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