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Ruina y ascenso - Leigh Bardugo

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Gruñí mientras la bota del Oscuro me aplastaba los huesos del brazo.

—¿Dónde están los estudiantes? —pregunté entre dientes.

—No están aquí.

—¿Qué les has hecho?

—Están sanos y salvos en Kribirsk. Probablemente estarán comiendo. —Sus

nichevo’ya volaban en círculo a nuestro alrededor, formando una cúpula protectora

perfecta que cambiaba y se retorcía, llena de alas, garras y manos—. Sabía que la

amenaza sería suficiente. ¿De verdad pensabas que pondría en peligro a los niños

Grisha cuando ya hemos perdido tantos?

—Pensaba que…

Pensaba que era capaz de todo. Me di cuenta de que quería que creyera cuando

me había enseñado los cadáveres de Botkin y Ana Kuya. Quería que creyera en su

crueldad.

Entonces recordé que sus palabras de hacía tanto tiempo: Conviérteme en tu

villano.

—Sé lo que pensabas, lo que siempre has pensado de mí. Es mucho más fácil así,

¿verdad? Hincharte con tu propia honradez.

—Yo no inventé tus crímenes.

Aquello no había acabado todavía. Lo único que necesitaba era alcanzar el

pedernal que tenía en la manga. Lo único que necesitaba era alcanzar el pedernal que

tenía en la manga. Lo único que necesitaba era una chispa. Tal vez no nos matara a

ninguno de los dos, pero el dolor sería infernal, y podría ganar algo de tiempo para

los demás.

—¿Dónde está el chico? Tengo a mi Invocadora, y también quiero a mi

rastreador.

Mal seguía siendo solo un rastreador para él, gracias a los Santos. Doblé la mano

buena en el interior de la manga y rocé el borde del pedernal.

—No voy a permitir que lo utilices —dije—. Ni como señuelo, ni como nada.

—Estás tirada en el suelo, con tus fieles muriendo a tu alrededor, y aun así

permaneces desafiante.

Me puse en pie, y dos nichevo’ya se apresuraron a sujetarme mientras el pedernal

quedaba fuera de mi alcance. El Oscuro apartó a un lado la tela de mi abrigo, y sus

manos se deslizaron por mi cuerpo. El corazón me dio un vuelco mientras sus dedos

se cerraban sobre el primer paquete de polvos explosivos. Me lo sacó del bolsillo, y

después encontró el segundo con rapidez. Suspiró.

—Puedo sentir tus intenciones tanto como tú sientes las mías, Alina. Tu inútil

resolución, tu determinación de mártir. Ahora las reconozco.

El vínculo. Entonces se me ocurrió una idea. Había muy pocas posibilidades, pero

me arriesgaría.

El Oscuro lanzó los paquetes de polvos explosivos a un nichevo’ya que se alejó

con ellos hacia la oscuridad. Me observó con sus fríos ojos grises mientras

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